Luis F. Molina*@LuisFMolina
Hasta hace algunos años los comerciales en televisión de las aerolíneas brindaban una sensación cálida de tranquilidad y confianza. Volar era un placer que valía cada céntimo que se le invertía. Entonces, viajar por avión era una libre necesidad, con cómodos aeropuertos y buena atención.
Luego llegaron las tragedias por el aire. La bomba de Lockerbie o el mismo 11 de septiembre cambiaron la forma en la que los gobiernos y pasajeros veían el transporte aéreo. La paranoia era una constante en medio de la zozobra que arrojaba ser víctima de una aeronave convertida en misil de guerra.
Viajar en avión pasó de un placer a una tortura. Las aerolíneas cooperaron con un pésimo servicio, vuelos sobrevendidos y retrasos que se sumaron a las interminables requisas de los aeropuertos. Un viaje internacional demandó, desde entonces, llegar con dos o tres horas de anticipación a la terminal aérea para poder cumplir con todos los protocolos de seguridad que los sabios dirigentes de la seguridad mundial han sabido anticipar.
Por eso la semana pasada, aunque pasó silente entre las miles de noticias que cubren los medios de comunicación a diario, la decisión de la Administración de Seguridad en el Transporte de Estados Unidos repasó la razón por la cual viajar en avión es una tormenta.
Su nueva directriz indica que si una persona piensa volar hacia EE.UU., debe tener suficiente batería en sus dispositivos portátiles para que pueda cumplir con todos los protocolos, es decir, al momento de la requisa debe tener la energía suficiente para someter sus dispositivos móviles y/o portátiles al escaneo necesario.
La anterior conjetura aún no define a cuántos de los 250 aeropuertos internacionales que conectan con alguna terminal aérea de Estados Unidos afecta. Y aunque la TSA no puede interferir en la forma en la que otros gobiernos imparten sus reglas, sí puede imponer condiciones para que se pueda hacer conexión con su territorio.
Algunos creen que la medida traspasa las regulaciones impartidas gracias a la maltrecha excusa de la seguridad nacional.
Un ejemplo: la semana pasada un periodista de la cadena FOX News le ponía un ejemplo a un exfuncionario de la TSA que defendía la medida. Le comentaba la historia de una adolescente que atesora su iPhone como uno de los elementos más importantes y trascendentes en su vida. Viaja de París a Nueva York, pero, después de mucho tomar fotos, la batería de su celular muere. En la revisión debe dejar su celular en Francia, únicamente porque las nuevas normas así lo indican.
El exfuncionario de la TSA le respondió, evadiendo la esencia del caso, que todo se debe al crecimiento de las amenazas terroristas y a la creatividad de grupos como Al-Qaeda en el desarrollo de bombas. Aseguró, además, que no podía comentar más porque no conocía el fondo de las amenazas.
Lo cierto es que esta medida cumple los requisitos necesarios para reconfirmar que volar al exterior, específicamente a Estados Unidos, paulatinamente se convierte en una pesadilla.
Ahora los aeropuertos serán nueva bodega de celulares, tabletas y computadoras de personas que no pudieron llevar el dispositivo personal más importante porque con ellos se podría fabricar una bomba que en últimas podría hacer estallar un avión.
No me imagino lo que le puede pasar a mi vieja computadora, que con su primera batería no soporta encendida más de tres minutos. Si viajo, tendría que dejarla en el aeropuerto para cumplir que el aparato donde hago estos escritos no vaya a ser el instrumento terrorista menos pensado.
¿Qué queda faltando? ¿Que ya no se puedan llevar dispositivos móviles a toda costa? ¿Fin del equipaje de mano?
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Aunque no es nueva, es una absoluta atrocidad lo que ocurre en Gaza. El Primer Ministro de Israel, Benjamin Netanyahu es un líder ciego y guerrerista, que, excusado en cualquier motivo de agresión, puede violentar no solo a los miembros del grupo extremista Hamás, sino que puede acabar con miles de familias que viven en el reducido territorio que ahora ocupan los palestinos.
Tristemente, lo peor aún está por venir, gracias al silencio cómplice de sus amigos de occidente.
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