No es fácil escribir en primera persona o sobre alguien cercano a nuestro corazón, como también resulta difícil, diría imposible, guardar silencio ante la partida física de mi amado hermano Gustavo “Loko” Quintero, leyenda musical, fallecido el pasado 18 de diciembre en la ciudad de Medellín.
Gustavo nos dio una lección de vida haciendo hasta el final lo que constituía su gran felicidad, dándose por completo a un público que lo quería como al ser humano integralmente bueno, al artista que jamás necesitó acudir al artificio mercantilista de la “payola” para impulsar su música, práctica común en el mundo artístico de ahora; que no requirió de escenarios flotantes, sofisticadas plataformas ni aparatosos equipos multicolores, ¡él era el espectáculo!, cuanto amaba y disfrutaba lo que hacía; su regocijo era la visión de estadios y plazas a reventar con gente maravillosa que durante 55 años de vida artística disfrutó su contagiosa alegría; recorrió generaciones, pues abuelos, padres e hijos, supieron quién era el “Loko” Quintero.
Cuánto anhelaba Gustavo la reconciliación entre todos los colombianos, fue así como hizo presencia con su grupo musical “Los Graduados”, en escenarios tan inverosímiles como El Caguán, en uno de tantos intentos fallidos por alcanzar tan anhelado bien; por unas horas el mundo mágico de la música propició un esperanzador punto de encuentro donde población civil, fuerza pública y alzados en armas, fueron simplemente colombianos felices fundidos en un abrazo de hermandad.
Un rasgo desconocido fue su gran generosidad con los desposeídos y, no obstante ser una figura pública descollante en el campo musical, fue discreto en ese aspecto y cumplió a cabalidad el precepto de hacer el bien sin mirar a quien, profundamente sensible se condolía hasta las lágrimas por las desigualdades sociales; particularmente marcadas en niños y viejitos; a propósito y de ello hace muchos años, en razón de su gran amor por Manizales, ciudad que consideraba “la mejor de Colombia”, organizó un espectáculo en la plaza de toros, alternando con Óscar Golden, en beneficio del Hospitalito Infantil con lleno hasta las banderas; muchas poblaciones de Colombia sintieron su mano bienhechora, en caseríos de la Costa Atlántica donde era tan apreciado, construyó escuelas completamente dotadas y con profesores en educación básica primaria para los niños, siendo su retribución el rostro alegre y agradecido de humildes familias habitantes de regiones caracterizadas por la ausencia del Estado.
Gobiernos, organismos internacionales (OEA), Policía Nacional, Ejército, fundaciones, reconocieron su vida y su obra, siempre agradeció, pero jamás se envaneció, su personalidad gregaria y descomplicada era otra de sus características más relevantes. En esta semblanza de mi amado hermano me quedo corta; él, que era el cumplimiento y la responsabilidad personificada incurrió en su última “lokura” terrenal, se ausentó en plenas festividades decembrinas para atender una orden Superior, Dios lo convocó como invitado especial para amenizar el gran Concierto Celestial con motivo de su cumpleaños y su paso a la vida verdadera, pues nació y falleció en diciembre. Amar entrañablemente a Colombia, dar felicidad, condolerse del sufrimiento ajeno, bien merece esa recompensa. Gustavo, hermano muy amado, desde ahora eres el eterno Pentecostés de la alegría.
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