Qué bueno que se pudiera pasar la historia por un tamiz, de manera que solo lo agradable, bello, positivamente creativo, espiritual, heroico y noble persistiera, para construir sobre esas bases los avances del desarrollo humano, de la misma manera que la tecnología se apoya en experiencias anteriores, para refinar y mejorar procesos y obtener resultados más eficientes y útiles a las comunidades.
Los textos históricos, la tradición oral y la memoria de los pueblos reseñan hechos que han enaltecido la creatividad humana y la forma como han evolucionado los procesos científicos, culturales, artísticos y políticos, con la idea de mejorar para avanzar en el discurrir vital. Sin embargo, existe una tendencia de emulación mal entendida, que se inclina por la dominación del hombre por el hombre, pese a que casi todas las comunidades practican algún credo religioso que destaca como paradigmas la igualdad, la caridad y la solidaridad con los semejantes; y los escépticos, agnósticos o ateos alguna formación humanística han de tener, basada en el bien compartido. Pero la realidad es que los unos salen de los templos cristianos, de las pagodas budistas o de las mezquitas musulmanas; y los otros de los cenáculos idealistas de filántropos y humanistas, a buscar la manera de quedarse con los bienes de los semejantes o de someterlos laboral, militar o políticamente; y después exaltan los resultados (para ellos positivos) como triunfos que merecen reconocimientos públicos; y con ellos obtienen posiciones destacadas en la sociedad, que los demás miran chorreando la baba de envidia, mientras piensan, como en la fábula, que “las uvas están verdes”.
Es absurdo, por ejemplo, que el hombre construya monumentos, hogares, escuelas, caminos, represas, fábricas, templos, museos…; y después, por disputas políticas, los destruya. Que ingenie formas de sacarle provecho a la tierra para alimentar a la gente y alguien la acapare por la fuerza o mediante astucias legales, por el orgullo de ser el mayor terrateniente; y este aberrante procedimiento sea amparado por las leyes, bajo la figura del “derecho a la propiedad”; o por el poder de las armas. O que ingenie instrumentos que hagan más cómoda la vida y haya organizaciones amparadas por los sistemas políticos y económicos que acaparen las patentes y las exploten comercialmente, para mantener a la gente esclava del consumismo, mientras los gobiernos se declaran impotentes para favorecer a sus subordinados, porque las leyes protegen al explotador, que representa al “capitalismo salvaje”, que es el rey, el dios…, ante quien la sociedad dobla sumisamente el espinazo. Pero ahí va el mundo. De culos, pero ahí va.
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