Detrás de los candidatos a ocupar gobernaciones y alcaldías; y a calentar bancas en asambleas y concejos, hay un entramado de mezquindades e intereses perversos que asombran y asustan. Una fachada de buenas intenciones oculta, en un porcentaje que hace poner los pelos de punta, intereses de muy variada gama, que no excluyen la voracidad de organizaciones criminales por echarles mano a los erarios departamentales y municipales; y a las empresas industriales, comerciales y financieras, propiedad de los entes territoriales, que son la joya de la corona de muchos de ellos.
Otras aspiraciones mezquinas, de menor calado, corresponden a quienes buscan pegarse de alguna teta burocrática, para calmar hambres atrasadas, reajustar pensiones o completar requisitos para adquirirlas. Algunos muchachos, que llevan largo tiempo varados, consiguen recursos con amigos y familiares para hacerse tomar unas fotos que disimulen su inmadurez, e imprimir afiches, tarjetas y volantes, que se dedican a repartir profusamente, para que la mayoría vaya a dar al primer basurero que se encuentre quien los recibió. Otros, que transitan por caminos próximos a la vejez, en la fotos de la publicidad aparecen remozados, hasta con braques en los puentes removibles. Las ideas y la vocación de servicio, para gran parte de los candidatos, no existen.
Camino de obtener el triunfo en los comicios, como en la lucha libre, todo vale. Y financiar las campañas electorales sí que vale. Ahí es donde aparecen los interesados en puestos y contratos, dueños del “billete”, para facilitar recursos que colocan en varias opciones, como quien apuesta en la ruleta, a ver cuál sale ganadora. Unos que van a la fija son los directorios políticos, que abundan bajo denominaciones que insinúan grandeza y nobles principios, algunos doblados de movimientos religiosos, que cobran por avalar a los candidatos, sin importarles su suerte electoral.
Como están las cosas, las campañas políticas, en departamentos y municipios, se reducen a que los candidatos en contienda se saquen los trapos al sol, acusándose mutuamente de torcidos y malos manejos en desempeños burocráticos anteriores; de turbios negocios privados; de vinculación con actividades criminales; y hasta de conductas personales de mala imagen social. Pero lo peor de todo es que los únicos importantes son los votos que se puedan aportar en coaliciones oportunistas, que no tienen la más mínima inspiración patriótica. El objetivo es ganar el poder… “y después vemos a ver qué hacemos por los electores”, como parecen reflexionar cínicamente.
Pero no hay que desinflarse del todo, porque en la maraña de propuestas de aspirantes a gobernaciones, alcaldías, asambleas y concejos, que atosigan a los electores potenciales para los comicios del próximo 25 de octubre, hay candidatos capaces, honestos y bien intencionados, que son dignos de votar por ellos. Lo que no debe hacerse, por dignidad, es vender el voto; o creer en promesas poselectorales que, como las de los borrachos, nunca se cumplen.
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