Milan Kundera escribió la "insoportable levedad del ser", para sumergirse en las debilidades humanas, como desviaciones o contradicciones de la conciencia, la formación y el orden social. Los celos, el amor irracional, las pasiones incontroladas, la ambición desmedida, la injusticia y el apetito voraz de poder, son las causas principales de los desórdenes que aquejan a las organizaciones humanas, para los cuales se han creado códigos y normas que de poco sirven cuando los mismos que las elaboran las infringen. Eso ha funcionado así siempre, desde que el mundo es mundo, y no se vislumbra ninguna posibilidad de que cambie, por todos los siglos de los siglos. Amén.
Una de esas debilidades humanas es la vanidad, que tiene categorías. Una, la asociada a la belleza física, gracias a la cual sobreviven y producen grandes rendimientos financieros la cosmetología y la moda en el vestuario. Esa vanidad es más bien graciosa e inofensiva. Y no es, como se cree, privilegio de la mujer. Ese dicho de que "el hombre, como el oso, mientras más feo más hermoso", quién sabe a quién se le ocurrió, pero no cogió ni terminal. La vanidad del hombre es ostentosa y prepotente, asociada a la fuerza. En lo que se parece a animales como el león, el caballo y el toro, que son arrogantes, mientras que sus hembras tienen una belleza suave y discreta. La vanidad de la mujer hace parte de sus encantos, es coqueta y decora todos los espacios. Pero cuando se desvía por los vericuetos del mal puede ser letal. Con el agravante de que, quienes caen en sus perfumadas redes, callan por pudor.
Otra categoría de la vanidad es el poder, asociado a la política y la riqueza, y estas dos amangualadas para conseguir sus fines. Los principios del arte de gobernar y la economía al servicio de la sociedad se desviaron, porque la vanidad de gobernantes y empresarios los endiosó, y en las alturas del poder les dio una variedad de soroche que perturba la razón. De ahí las guerras, para conquistar espacios y ampliar dominios; y como negocio para los fabricantes de insumos para el combate. Con el agravante de que los protagonistas de esos despropósitos creen que hacen lo correcto, que es imponerse sobre los más débiles y llenarse los bolsillos. Los ejemplos pueden verse a lo largo de toda la historia, registrados bajo una modalidad de literatura llamada épica, con la que se suavizan los efectos desastrosos de las guerras y se elevan sus actores a la categoría de héroes, adornados con las riquezas arrebatadas a los vencidos.
Las muestras de vanidad de altos funcionarios, que perdieron el sentido de las proporciones, se expresan con las exigencias que hacen, cuando son llamados a responder por sus conductas, de que la Fiscalía les envíe el cuestionario al que van a ser sometidos, para escoger las preguntas que van a contestar.
De un personaje, reconocido por su insoportable vanidad, se decía que el mejor negocio era comprarlo por lo que valía y venderlo por lo que él creía que valía.
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