Fanny Bernal * fannybernalorozco@hotmail.com
Si a alguien le preguntan cuál es la mejor fecha para morir, quizás la respuesta no se obtenga de manera fácil. Para muchos la muerte no es agradable, ni bienvenida, siempre trae dolor, separación y soledad. Una muerte en los últimos meses del año tiene una fuerte connotación emblemática para los sobrevivientes, especialmente, cuando se da de manera intempestiva, violenta y como consecuencia de un absurdo accidente.
Para la mayoría de las personas, las fechas que anteceden a la Navidad y al Año Nuevo, son de encuentro, amistad, afecto, alegría, por lo tanto, el tener que asumir un duelo en esta época agudiza la sensación de desarraigo, nostalgia, abandono y soledad.
Un suceso de estas características genera una fuerte desorganización en lo familiar, económico, laboral, emocional y social. Apenas unas horas o minutos antes el ser querido se despidió y de pronto suena el teléfono o tocan a la puerta, con una noticia que cambia abruptamente la vida de los dolientes. Nadie está preparado para vivir un acontecimiento de esta índole.
Las consecuencias de hechos como estos, pueden ser devastadoras, ya que la manera de morir da origen a diversos pensamientos e imágenes que se repiten y multiplican en la memoria y pueden derivar en síntomas tan complejos como los del estrés postraumático, además de que puede suceder que al asumir el duelo, este se torne complicado por todas las situaciones implícitas en el suceso.
Así entonces, la crisis que provoca un hecho de estas dimensiones no puede ser vista solo como otra información más de los diarios y los noticieros. Detrás de cada muerte se encuentran la tragedia, el dolor, el miedo, la rabia, la culpa, la desesperación, la angustia y los interrogantes de unos familiares y amigos que se han quedado sin su ser querido.
Los síntomas del estrés postraumático se reconocen cuando los allegados están reviviendo la experiencia de manera constante, tienen sueños o pesadillas asociados con el suceso, además, de un miedo constante. ‘Es el presentimiento de que algo está por pasar’, acompañado de angustia, ansiedad, fuertes palpitaciones e hiperventilación.
La mayoría de los seres humanos no se encuentran preparados para vivir una tragedia y menos aún saben cómo gestionar las emociones que emergen con la pérdida. Por ello es necesario ponerse en los zapatos de los sobrevivientes e imaginar qué pueden estar sintiendo y qué cambios abruptos están debiendo asumir para tratar de seguir con sus vidas, a pesar de la incertidumbre y la vulnerabilidad en la que cada uno de los familiares y amigos se encuentre.
Anita dice: ‘Teníamos muchos planes para este fin de año. Siento mucho dolor y rabia, la vida es injusta. Tanto por hacer, tanto por vivir, tantos proyectos. En Navidad y Año Nuevo me quiero acostar temprano para no pensar, para no recordar’.
Es curiosa la vida y la realidad aún más. Mientras a las familias no les cabe el dolor por la muerte de sus seres queridos ocurrida en estos fatales accidentes, en algunas entidades lo único que les importa es discutir acerca del número de dichos fallecimientos, es decir, lo que muestran las estadísticas. ¡Falta tanto sentido de lo humano!
* Psicóloga - Docente Universidad de Manizales.
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