“Cascarita”, el capitán del Titanic
Señor Director:
Mario, así se llamaba el personaje de estilizada figura, quien a diario recorría las empinadas calles manizaleñas. Su paso apurado simulaba ese deseo anhelante de llegar al final, a ese punto sin retorno que es propiedad de los espíritus.
Su habitual recorrido fue por muchos años la carrera 23, bulevar que se alarga desde la calle 14, punto de ingreso a la cuidad de las puertas abiertas, hasta la 32 en el parque Fundadores. Los habituales pobladores de la carrera 23 lo veían desfilar con su traje de corte militar, su sonora voz del otrora locutor callejero, su mirada perdida en el infinito y su amabilidad y respeto para con el ciudadano manizaleño.
La segunda década de la segunda mitad del siglo XX, tiempo un poco distante en el que conocí y compartí mis jóvenes años de profesional de la docencia con “cascarita”, el alegre payaso que animaba las ventas callejeras y por algún tiempo se constituyó en la voz cantante de los únicos almacenes de “lujo” en la ciudad: el Ley y J. Gómez.
Recuerdo el año 73, recién casado y con la urgente necesidad de dotar de lo indispensable a mi nuevo hogar. Un día cualquiera, “Cascarita” me comunica de una promoción en el Ley: lo espero en las horas de la tarde, me dijo. La promoción consistía en la venta por subasta de elementos de cocina, vajillas, de la marca “Corona”.
Una persona joven vestida de mil colores con su cara pintada y una inmensa sonrisa; con voz sonora, aumentada con la ayuda de un micrófono y con desbordante energía. Ante la presencia de posibles compradores, El payaso “cascarita” da comienzo a su show de ventas así: “Señores y señoras: El almacén. Miren este plato de fina porcelana: ¿quién da un peso por él?, esperen, no es solo uno, son dos, tres, además le agregamos una hermosa taza chocolatera, una más, y otra y otra, todo por un peso; y que opinan de estos lindos pocillos, uno, otro y otro; quien levante la mano de primero será el afortunado que se lleve esta fabulosa vajilla de fina porcelana por un devaluado peso”.
No fue mucho el esfuerzo que me tocó hacer pues en la mente del amigo ya se sabía quien se llevaría el premio.
Aún hoy se lo agradezco. Por un largo tiempo nos perdimos el rastro. Al cabo de los años, la calle nos encontró. La figura delgada y descuidada en su vestir, grito: “mi profesor” regáleme para el almuercito. Sorprendido le dije: Mario ¿qué pasó?; respondió: tratando sacar a mi hermano del vicio de las drogas, caí y aquí estoy.
Volver al pasado luego de ser presa de las drogas, es casi imposible y menos sin una efectiva ayuda del Estado.
Lo más que pude hacer fue recomendarle prudencia y una mejor presentación. Pasado un tiempo me enseñó con orgullo su traje de capitán y una foto de LA PATRIA donde lo equiparaban con Fidel Castro. De ahí en adelante, la calle nos acercaba y nos alejaba; con remordimiento le daba el billete (nunca me aceptó monedas) para alimentar sus vicios o lo invitaba a una cafetería para calmar su hambre de nostalgia.
Paz en su tumba
Luis Carlos Ramírez J.
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