A la memoria de Ariel Cardona Galvis
Señor Director:
No fue capaz de soportar más su pasión por el trabajo y lo que le gustaba, lo hacía con deleite hasta espiritual. Leía y escribía o se dedicaba a obras manuales en lo cual también era un maestro.
Fue un conversador cautivante que fácilmente centraba la atención de los contertulios, pues combinaba la narración fiel de hechos que desde un principio fascinaban, con las anécdotas, leyendas e historias novelescas.
Era un erudito. Se apuntalaba en cimientos científicos para hablar de cualquier tema que se pusiera al frente. Había saboreado los claustros universitarios, pero otras golosinas que también endulzan el camino de la vida, le atrajeron más. Puntual en grado máximo, no era capaz de disponer del tiempo ajeno. Por eso su carácter se transformaba cuando alguien desacataba la hora señalada para afrontar la tarea que fuera. No transigía sino con argumentos sólidos ante cualquier divergencia.
Era un amigo sincero y entregado. El sufrimiento del prójimo era el suyo y se desvelaba y sufría con el dolor ajeno. La amistad que brindaba se transformaba en lazo familiar como por una especie de ósmosis.
Don Ariel era de principios ortodoxos. Su manera conservadora de analizar las cosas cotidianas, hizo que algunos lo tildaran de arcaico en pensamiento y obra. Pero eso le importaba poco. Regaba las diferencias con agua que manaba de sus conocimientos científicos y razón sociológica.
Sabía desentrañar de una, la personalidad ajena y, por eso le fluían los mejores calificativos para quienes los merecían y la expresión peyorativa para esos que estaban por fuera del marco de convivencia que soñaba.
Tenía un temperamento fuerte. Empatía a primera vista o aversión rápida, pero dentro del respeto humano que merece el trato al semejante. Algunos decían que era agrio. No reía por cualquier cosa, pero cuando lo hacía esa risa era seria y veraz.
Su lealtad era sin límites. La extendía hasta más allá de la muerte. Por eso después de que murieron los principales miembros de la familia Restrepo, se aferró más al periódico LA PATRIA donde laboró por cerca de 50 años, buscando quizás con ello, que sus principios enarbolados en muchos editoriales y durante tantos años, no fueran mancillados por ninguna acción o intromisión extraña. Para eso después de jubilarse, no dejó de ir al diario como cualquier trabajador de horario fijo y estricto.
No regalaba epítetos ni loas en sus comentarios. Como se perfilaban así eran, tratando de ser justo o equitativo. Pero no se apartaba de la vía que conduce a la objetividad, así no la lograra, como tampoco lo podemos hacer otros periodistas que la tenemos como eje central de la información.
Ariel tenía el chiste a flor de labio y la ironía le brotaba por los poros. Hay que recordar la vez que iba a titular un editorial. Se proponía hacerlo con ¿Sabas, ministro? Quizás hubo una objeción interna para que esa nota editorial saliera como Sabas, ministro. Desapareció la interrogación, pero el contenido íntegro del artículo se publicó.
Era Ariel un católico convencido. Cada día entraba a la Catedral, así fuera a recorrer su interior con el deseo, tal vez, de hallar respuesta a tanto interrogante que el transcurrir diario presenta. Una oración breve tampoco faltaba en su visita al Rey del universo.
Exigente total. Las cosas no podían ser a medias, ni sobre las nubes. Todo debía tener un sustento lógico y racional. Su sello era la verticalidad. Por eso era preciso en su pensamiento y recto en su obrar.
Como padre, esposo y abuelo sobresalió. Su familia lo tendrá como un faro que siempre brillará. Sus amigos esculpirán en recuerdos indelebles su memoria. Su huella es la de un hombre que supo pisar este suelo para ubicar paradigmas que mejorarán el transcurrir de las nuevas generaciones.
Paz en su tumba. Acompañamiento sincero a su familia.
Bernardo Marulanda López
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