Nuestros compatriotas, despectivamente mal llamados campesinos, una vez más salen a las carreteras a tratar que el gobierno los vea y al menos se dé cuenta, aunque sea por sus manifestaciones, que en el área rural de nuestra patria, también existen seres humanos sujetos de derechos que les otorga nuestra Constitución Nacional. Para tener conciencia del marginamiento y exclusión en la cual viven nuestros habitantes rurales, sólo debemos dar una mirada, aunque sea de soslayo y apreciaremos con toda la intensidad de una realidad inobjetable, la monumental injusticia que comete el Estado con personas nobles que por obra y gracia de su marginalidad, van sobreviviendo en condiciones que no merecen.
El campo, no obstante que ha cambiado en parte su hostilidad con quienes lo habitan en razón a escasas políticas de mejoramiento, sigue en un atraso inexplicable por parte de los organismos que tienen la obligación de sembrar bienestar para tener un área rural próspera que contribuya a fortalecer la economía nacional como parte integral de nuestro desarrollo integral.
El habitante del área rural, ya no es el campesino de ayer como sinónimo de ignorancia y analfabetismo, porque ha sabido en medio de sus penurias, sobreponerse a su pobreza aprovechando las escasas y limitadas oportunidades que brinda la educación, que por fortuna y por obra de titánicas luchas de liderazgo natural ha llegado a las veredas para iluminar el cerebro de quienes se creía que ese derecho no era para ellos por pertenecer al gremio de los brutos.
Nuestros campos, como consecuencia de la ceguera estatal, no es rentable y ésta es una de las razones por las cuales los jóvenes no quieren saber nada de las faenas propias de este sector que no aporta si no miseria y exclusión social a quienes deben permanecer en sus parcelas teniendo claro que la ciudad tampoco es la solución a sus problemas.
Los habitantes del área rural, no obstante las condiciones infrahumanas en las cuales se debaten como pan cotidiano, tienen un grato sentimiento de pertenencia por sus raíces y su tierra y fieles a su pasado continúan soportando los avatares de un gobierno indolente
que sabe con certeza que ellos en medio de su nobleza no tienen la capacidad de hacerle daño a nuestro país y de ahí su sadismo sometiéndolos a un marginamiento social y económico sin la sensibilidad que deben tener quienes representan el poder de un Estado que se dice ser dice ser democrático.
Con razón dice un eslogan que tiene mucho de verdad : “SIN CAMPO NO HAY CIUDAD”, pero con retóricas y demagogias no hay soluciones.
Es lamentable ver el campo desierto y los pueblos y ciudades creciendo y creciendo desaforadamente sin ninguna planeación y sin estrategias de calidad de vida con la ilusión de mejorar su situación de miseria, sin vislumbrar que esa posibilidad en poco o en nada existe por falta de compromiso político.Y, todavía no le encontramos la respuesta a tanta violencia intrafamiliar, interpersonal y social. No le hemos hallado la respuesta a tanto drogadicto, atracador, ladrón, viciosos, micro-traficante, prostituciòn, y…, dejemos de contar, que son el resultado de carecer estas comunidades de lo elemental para vivir con la decencia de un ser humano.
A nuestros conciudadanos que habitan el área rural, los desangró quienes hoy buscan privilegios para integrarse a la vida civil y el señor gobierno los acoge con manos suaves y guantes de seda y a ellos les promete y les incumple, les promete y les incumple como a seres inferiores jugando al escondrijo.
Se les prometió : mejoramiento de vías, inversión social y rebaja de insumos, algo elemental en la agenda de cualquier gobierno y se les incumplió . Lo que extraña, es que sí hay dinero para construir G4, otros proyectos de gran envergadura, así sea vendiendo a ISAGEN, pero no hay presupuesto para carreteras terciarias, abriendo más le brecha entre las dos colombias : la burguesa y la proletaria.
Y, con señalar que los campesinos son borregos de grupos subversivos y que salen a protestar porque los obligan, se lavan las manos culpando a quienes anhelan tener un ápice de dignidad en su propia patria para justificar las brutalidades de la fuerza pública que acallan las voces de quienes silenciosamente construyen la riqueza de un país que se debate en medio de la injusticia social, por la carencia de líderes que piensen en un concepto más profundo de igualdad.
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