Con la misma fuerza con la que cayó un rayo en lo más alto de la cúpula de la Basílica San Pedro esta semana, nos ha llegado la renuncia del Papa.
En realidad no era esperada y aunque S.S. Benedicto XVI en un libro - entrevista, dejó planteada la posibilidad, todos en la Iglesia quedamos atónitos y paralizados ante tan inédita noticia.
Durante estos días he leído de todo; la farándula mediática en su sensato oficio de venderse ha sido capaz de inventarse cualquier cosa con tal de dar la apariencia de primicia, los temas favoritos sobre lo que se escribe es de las intrigas dentro de la Curia Vaticana, las profecías de San Malaquías, “los papables” y otro sin número de naderías.
Solo para mencionar un ejemplo, el jueves pasado tuve la oportunidad de estar en el Aula Pablo VI, para el encuentro de Su Santidad con el clero de Roma, mientras algunos medios hablaban de un Papa ojeroso, cansado, y con una voz agotada, yo, con toda la objetividad que me puede asistir, vi a un hombre lúcido, inteligente y muy capaz; por su puesto, con la salud de una persona de más de ochenta años
Pero, si queremos ir al fondo de la renuncia, aparece explícitamente en ella, un punto que conmueve, impresiona y que habla a lo profundo de nuestra vida cristiana.
Me detengo en la introducción de la renuncia, cuando dice: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”.
A lo que quiero llegar es al valor de la conciencia, como ese espacio intimo, personal, privado donde Dios nos habla. Recuerdo al Padre Alfredo Morín, mi profesor de Sagrada Escritura cuando repetía con insistencia: Después de Dios, la conciencia.
En muchos sectores de nuestra Iglesia se acostumbra a los creyentes a una especie de infantilismo espiritual, todo está prescrito, mandado, organizado, se hace así por que sí y basta; robando la originalidad que Dios ha puesto en cada ser humano, la posibilidad de pensar por cuenta propia, de dudar, de disentir. Muestra de la originalidad que tiene Dios es que no existe Santo igual.
Lo que el Papa nos demuestra con su dimisión a la sede pontificia, es que nadie, absolutamente nadie en el mundo, fuera de Dios, puede estar por encima de nuestra conciencia.
Y con estas palabras no quiero dar un carácter de absoluto al “ego”, ni proponer la infalibilidad de la conciencia, ya que fácilmente una conciencia errónea nos puede hacer equivocar. Lo que afirmó es que un cristiano después de orar, de meditar, de leer la Sagradas Escrituras y de reflexionar en privado, como en este caso, puede tranquilamente seguir su conciencia sin importar las consecuencias que su decisión tenga.
Lo que nos enseña el Papa con este grande gesto de humildad, valentía, libertad es que la Iglesia no es un fábrica de robots, los Papas y los cristianos no somos clones que debemos recitar al unísono el mismo libreto, al respecto San Agustín decía: En la duda libertad, en lo necesario unidad, en todo caridad".
En este momento histórico para la Iglesia o nos dedicamos averiguar sobre la basura que tantos escriben o en verdad aprovechamos la cuaresma para formar nuestra conciencia y así poder tomar en el futuro decisiones tan brillantes como la que acaba de tomar el sucesor de San Pedro.
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