COLPRENSA | LA PATRIA | Pereira
Al Caballero Gaucho le van a cumplir su deseo de ser enterrado en La Virginia.
En caravana y en carro de bomberos llegó el cuerpo de Luis Ángel Ramírez Saldarriaga al coliseo, donde estará en cámara ardiente hasta mañana. Los actos fúnebres se van a desarrollar hasta las 3:00 de la tarde de este domingo, cuando será enterrado en el cementerio del municipio risaraldense.
Reproducimos una entrevista con el Caballero Gaucho que LA PATRIA publicó el 15 de noviembre del 2009:
El cantante del Viejo Farol, el creador de Amor indio, el ebanista e ídolo de varias generaciones relata su vida: cómo llegó a ser el Caballero Gaucho, cómo superó la pobreza con su talento, cómo las tragedias y el amor lo inspiraron para componer clásicos de la música de arrabal. Memorias.
Blanca Eugenia Giraldo
Enviada especial/LA PATRIA
La Virginia (Risaralda)
Afuera, el rechinante sol de la tarde calienta con toda su intensidad, pero al entrar a la casa del cantante que hizo famoso el Viejo farol el ambiente cálido es el mejor escenario para volver sobre sus recuerdos.
En una pared de la sala, 69 carátulas de discos son una pequeña muestra de su trayectoria musical. También hay fotos enmarcadas con ex presidentes de la República, como Alfonso López Michelsen, Julio César Turbay Ayala y no podía faltar la de su paisano César Gaviria Trujillo.
Al fondo, un equipo de sonido y lo que parece un estudio de música, más bien artesanal. La potente voz del maestro rompe el silencio. Desde su habitación, expresa la alegría por la visita.
Columnas, cenefas y muebles tallados en madera se observan en cada rincón de la casa, están moldeados con tal maestría que más parecen obras de arte.
Tras unos instantes de espera aparece Luis Ángel Ramírez Saldarriaga, el Caballero Gaucho. Su figura se pasea despacio por la habitación, ayudado por su esposa, Esperanza, quien lo acompaña desde hace 30 años como su más ferviente admiradora.
Después de un efusivo saludo se sienta en su silla predilecta y de inmediato expresa su cariño por Caldas. “Nací en Pereira", dice mostrando su cédula, "pero mire, dice nacido en Pereira, Caldas, Colombia, por eso quiero esa tierra”.
Su negro bigote llama la atención, además que resalta en su tez morena y cuando se le pregunta por él, no duda en señalar que aunque es pintado, sí tiene pelo. “El día que me lo quite no soy el Caballero Gaucho. Estando en Palmira, llegué afanado de trabajar y al afeitarme me corté el bozo, así fui a cantar y casi no me reconocen, entonces me di cuenta de que el bigote también vende” (risas).
El maestro de arrabal, como lo reconocen sus amigos, sonríe con naturalidad, lo hace a cada instante y, como si regresara las páginas de un álbum, dice que su gusto por la música fue por sus padres.
No se queda quieto en su silla, mueve sus piernas como si fuera un niño, mientras su esposa lo observa temerosa. No quiere que se repita la historia que lo mantuvo alejado de los escenarios durante unos meses, cuando sufrió una fractura de cadera.
Sin prestarle atención a los cuidados de Esperanza, dice: “Fue mi padre quien me descubrió como cantante cuando yo tenía seis años, él tenía una voz muy linda parecida a la de Juan Arvizu y mi madre, como a la de Margarita Cueto”.
Recuerda que a las 6:00 de la tarde su madre cogía la guitarra y su padre el tiple y cantaban, rodeados de sus vecinos. Él aprovechaba la ocasión para salir presuroso a jugar bolas. “Cierto día mi padre me invitó a cantar y yo le dije que no, porque perdía el juego, pero cuando vi que tomaba cara de enojo, ligerito comencé. Lo hice llorando y cada frase la acompañaba con mi llanto. Creo que por eso mi canto es triste, porque desde pequeño me hicieron cantar llorando”.
A sus 92 años su memoria permanece intacta y describe con habilidad los hechos. “Fue en Armenia donde me animé a cantar en público. Allí llegó La Casa Mejoral, un camión que se situó en la calle 18 con 27, cerca a la cantina Rayito de Sol; ellos andaban buscando valores. Eso se llenó y yo apoyado en mi guitarrita canté un tango, lo hice muy bien y todos aplaudieron”.
Cierra sus ojos y reflexiona en voz alta: “no tuve profesores de música y no conozco una nota del pentagrama; además, solo tuve dos meses y medio de escuela primaria, por eso mi academia fue la vida y el oído musical”.
De repente abre sus ojos y con una sonrisa que deja ver una hilera de dientes blancos que resaltan en su tez morena, vuelve sobre su primera vez. “El hombre se quedó viéndome mientras la gente aplaudía eufórica; sin embargo, el señor se quedó viendo hacia la cordillera y señalando la hacienda Peñas Blancas; me dijo: váyase a coger café que usted no sirve para esto. Fue tanta la rabia del público que tiraron hasta piedras”.
Hoy es una leyenda viva, idolatrado por públicos de todas las edades y por grandes de la música popular como Darío Gómez, Alberto Posada y Jhony Rivera, “todos me dicen que yo soy el padre de ellos en la música, pero yo les contesto que tal vez sea por lo viejo” (risas).
Cuando don Mario Arango Mejía compró la emisora La Voz de Pereira, el Caballero, que aún no era conocido, fue a cantar al programa de “Don Francisco”, a las 4:00 de la tarde. “Él me decía: cantá un tango que vos cantás muy hermoso. Yo siempre le respondía: no, a mí me gusta más cantar bambucos y cumbias. Con tanta insistencia me resolví”.
Con voz entrecortada y casi en murmullo recuerda que era un tango de Agustín Magaldi; lo cantó no una sino varias veces, hasta que un señor se molestó porque era la misma sintonía. Ese mismo día, a las 6:00 de la tarde, ya había hecho un contrato con la emisora para cantar por los próximos cuatro años.
- ¿Y cuándo surgió el ‘Caballero Gaucho’?
“Póngale cuidado: todas las emisoras tenían su radioteatro, luchaban por la sintonía y, para conservarla, escogían lo mejor de Colombia. Por eso me dijeron: prepárese, estudie y ensaye. Comencé a escuchar que anunciaban a un tal ‘Caballero Gaucho, una voz en la pampa’. Así pasaron tres meses con esa propaganda”.
Aunque desconcertado con el anuncio, el maestro seguía afinando su voz, y al mismo tiempo moldeaba la madera, oficio con el que logró sostener a sus padres y hermanos durante algunos años.
Él había aprendido el oficio de ebanista y hasta se volvió famoso porque torneaba con maestría la madera; por eso dice: “yo no sé cantar, pero sí sé hacer muebles”, y orgulloso señala con la mirada las sillas y columnas de su casa.
- ¿Entonces, qué pasó con la emisora?
“Para allá voy. Un buen día me mandó a llamar don Mario, el de la emisora, y me dijo: este es el día en que usted canta a las 9:00 de la noche, y como yo había escuchado la propaganda, respondí: ¡pero cómo!, ¡si a esa hora canta un tal Caballero Gaucho! Él me dijo: ese es usted”.
“¡Ay Dios mío!, eso me cayó como una gota fría y es que yo no sabía que ellos habían tenido una reunión secreta con los locutores de radio y con mi paisano, el maestro Luis Carlos González, el de La Ruana”.
Afirma que todos coincidieron que Luis Ramírez no era muy comercial y, aunque todos opinaban, fue don Mario quien se atrevió a preguntarle al maestro Luis Carlos: y vos, ¿qué decís? “Él pensó un poquito y dijo: pues con la voz pampera que le oigo póngale el Caballero Gaucho”.
Continúa con su relato: “A mí no me gustaba eso porque soy muy colombiano y ese nombre es de un ser de la pampa argentina”.
Continuaron las presentaciones y el cantante de arrabal y de tangos recibía cientos de cartas de todas partes del mundo. “Dios mío, yo recibiendo notas de Japón y de muchos lugares que no conocía, por eso tocó conformarme con lo de Caballero Gaucho”.
Recuerda a don Mario Mejía como el hombre que más lo apoyó en su carrera musical. “Con decirle que el primer disco que se prensó en el Eje Cafetero fue uno mío y se hizo en la casa de él; fue El sueño del pibe, era la época dorada de nuestro fútbol con Millonarios y también cuando yo perseguía al Once Caldas donde fuera, era muy hincha y me acuerdo cuando ganó el campeonato; lo dirigía Alfredo Cuezo”.
En ese disco incluyó nombres como el de Julio Cossi, Di Stéfano y el Chonto Gaviria. Afirma que cuando se jugaban los clásicos Santafé - Millonarios era cuando más se escuchaba la canción. Fue con ese disco que le llegó el primer contrato de los Estados Unidos.
La faceta que más sobresale del artista es su habilidad para la composición: “soy un cancionero”, y no admite que le digan poeta, “es una palabra para grandes”, a pesar de que posee una extensa colección de versos que dicen mucho de su sensibilidad para expresar lo que siente.
La inspiración le llega cuando menos lo espera, reconoce. En las noches, cuando arriba la chispa divina, de inmediato se levanta: “a mi pobre mujer la trasnocho porque hasta que no hago la canción no vuelvo a dormir”.
“Con mi vida, mi niñez pobre, mi nacer de la miseria y las experiencias de mis amigos he tenido tema para mis canciones”.
Y como si fuera a revelar un secreto dice, con voz temblorosa: “le voy a contar algunas cosas que nadie conoce. Existía en Pereira el Hotel Colón, era de medio balcón y por debajo tenía una canal donde vaciaban la aguamasa a una caneca. Allí nos reuníamos dos o tres muchachos a comer de lo que caía y lo más grande me lo echaba al bolsillo para llevarle a mi madre, que también moría de hambre”.
Hace una pausa y entre murmullos expresa que conocer el dolor y fusionarlo con la música le permitieron crecer hasta convertirse en compositor de letras tan conocidas como Amor indio y todas las canciones que lo han hecho famoso.
Con su mirada puesta en la habitación del frente, el maestro señala una pequeña guitarra que está en lo más alto del armario y como si su esposa leyera sus pensamientos la toma y se la entrega.
“Mire, esta guitarra la hice yo, es trabajo mío”, dice orgulloso. “Estaba en Manzanares en una de mis primeras presentaciones, cuando salió un arriero con una mula cargada de tablas; para mi fortuna eran de cedro negro. Le compré una, estaba verdecita, la hice cortar en pedazos y así hice mi guitarra” y como por instinto posa sus manos en las seis cuerdas para hacerla sonar, aunque por la suavidad con que lo hace más parece una caricia.
“Todas las canciones nacieron en esta: Viejo juguete, Lejos del tambo, Amor indio, Alma de mujer, Etapa final, todo, todo, menos Viejo farol. Por eso la tengo quietecita y más bien compré otra para no acabarla”.
- ¿Cómo llegó el Viejo farol?
“El secreto de Viejo farol es que la letra la compuso Luis Benedicto Valencia, un hombre que medía apenas 62 centímetros; nació sin brazos y sin pies, fue muy famoso, con decirle que también lo grabaron los Trovadores del Cuyo y el Conjunto América, entre otros. Aunque Viejo farol me dio a conocer, más regalías me ha dado Lejos del tambo o Alma de mujer”.
“Lo curioso es que con Amor indio viajé a tierras que desconozco, es que el espíritu del compositor es así, viaja con el pensamiento y con esa imaginación compone”.
- ¿El viejo juguete es una vivencia?
“Estaba en una terraza donde había cuatro plantas. Unos niños jugaban en una terraza en el frente. De pronto, uno se quedó mirando el juguete y lo arrojó a la calle; al mismo tiempo un niño que pasaba por allí lo tomó, con tan mala suerte que pasaba un bus y lo atropelló. Eso fue en la carrera Abejorral con San Marcos, en Medellín. Yo bajé asombrado al ver la escena. Ver ese muchachito agonizando aferrado al juguete me dio la inspiración para esa canción. La escribí casi en 20 minutos”.
- ¿Conoció a Gardel?
“Estuve de malas. Cuando trabajaba en construcción en Cali, trabajé como “mula” para comprar la boleta para ver a Carlos Gardel en el Teatro Jorge Isaac. Me costó cinco pesos y con la boleta en la mano me fui para el concierto con tan mala suerte que anunciaron que había sufrido un accidente. Fue tanta mi impaciencia que rompí la boletica, ahora me arrepiento hubiera sido un buen recuerdo”.
- Entre ángeles y arcángeles
“Esperanza es su tercera esposa y al referirse a ella dice con mucho amor: “Dios me quitó dos ángeles -refiriéndose a sus esposas anteriores fallecidas- y me regaló un arcángel”. La conoció hace 30 años cuando trabajaba en un almacén en Pereira. “La vi tan linda. La miré y me miró y nos entendimos de inmediato. Es un ángel que me cuida, es mi enfermera, mi amor, mi esposa, mi amante, es mi hermana, es mi madre, lo es todo, sin ella soy nada”.
Tiene 13 hijos de sus tres matrimonios. “Hay ingenieros, abogados, médicos, químicos, siempre he trabajado para ellos, a cada uno le di una casita, porque los hijos son la herencia de uno, son lo más grande”.
Agrega que una de sus hijas heredó su gusto musical y canta muy bien, “pero tuvo la debilidad de irse para Bogotá y tiene una agencia de mariachis. Y uno de mis hijos, el abogado, donde quiera que va a parrandear solo canta la música de su padre”.
Con sus 92 años dice que todos los días ama más la vida: “en mi alma mantengo un regocijo que me dio el Altísimo y no me preocupo por nada”.
En la pasada Semana Santa estuvo muy enfermo; “fueron 32 días en coma, por eso creo que visité hasta regiones gnósticas. Esta es la segunda oportunidad que me da Dios, la primera fue cuando me dictaminaron cáncer de paladar, fue la virgen del Jordán quien me sanó”.
Acaba de grabar 20 canciones de su autoría, entre ellas La Danza del Sol, que tiene variedad de instrumentos indígenas. “El disco se llama La última joya y quedó como una joya. He grabado dos mil 235 canciones, fuera de cuatro o cinco trabajos que están por salir al público, son 64 años de hacer discos, es mucho tiempo, pero puedo dar más”.
Al caer la tarde el maestro se pone de pie, otra vez ayudado por su esposa, va hasta la habitación contigua y como si se preparara para una de sus presentaciones abre el armario, fabricado por él, y muestra cada traje que viste en el escenario. La calidez en el ambiente continúa, afuera ya no hay sol y, al despedirse, las historias del viejo de arrabal se quedan en la memoria como si fueran un Viejo farol.
Luis Ángel Ramírez Saldarriaga, el Caballero Gaucho, nació en Pereira el 10 de junio de 1917, pero sus años juveniles los vivió en Ansermanuevo (Valle del Cauca).
* En la pasada entrega de los Premios el Despecho 2009 el Caballero Gaucho recibió el homenaje a la Trayectoria musical, su presentación fue una de las más aplaudidas por el público que lo ovacionó de pie.
* La Cámara de Representantes le otorgó la Orden de la Democracia Simón Bolívar en el grado de Cruz Gran Caballero.
* La Gobernación de Risaralda le entregó la Orquídea de oro.
* El Concejo de Pereira lo condecoró con la Cruz del civismo.
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