Como lo había anunciado el presidente de los Estados Unidos en su polémica cuenta de Twitter, llegaron los bombardeos a Siria y acompañados de la mano de dos aliados, Francia y Reino Unido. La decisión de este ataque contra dos bases militares del país asiático se dio en retaliación por el uso de armas químicas de Bashar Al Asad contra la población civil y como un mensaje para que no vuelva a usar estas, lo que ha hecho en 35 oportunidades desde hace cinco años, según los informes de la Agencia contra las Armas Químicas adscrita a la Organización de Naciones Unidas (ONU).
El ataque, que parece haber sido de precisión para no afectar civiles ni intereses rusos, ojalá no se repita y sirva para que el régimen gobernante lo piense mejor la próxima vez. La reacción de Rusia, el principal aliado que tiene Al Asad, fue diplomática y ojalá se mantenga así. Su veto a las decisiones del Consejo de Seguridad para que se hagan nuevos estudios sobre el uso de armas químicas en ese país y las posibles sanciones no ha ayudado para que se ponga término a una guerra que enluta a 500 mil familias en estos años.
De acuerdo con estudiosos sobre el Pentágono, la amenaza de Trump la semana pasada tenía que cumplirla porque, de lo contrario, corría el riesgo de perder credibilidad. Haber logrado el apoyo de otras dos potencias es importante para que no quedara solo con la cara de policía del mundo y, seguramente para que esto se lograra, debió prometer que sería una operación limpia que no llevara más sangre a la población civil, la más afectada porque quedó en medio de los rebeldes, de las fuerzas del Gobierno y del Estado Islámico, que está disminuido allí, pero sigue vivo.
Pueda ser que ahora sí fructifiquen los esfuerzos por una salida negociada en este país. La ONU no ha podido sacar adelante decisiones que permitan avanzar hacia un posible fin del conflicto y es frustrante. Hay miles de sirios refugiados en varios países de Europa y sin posibilidad de ver que las cosas puedan cambiar. El mundo no puede seguir dándole la espalda a un conflicto sangriento y escenario de la nueva guerra fría que alimentan líderes como Vladimir Putin, en Rusia, y Donald Trump, en Estados Unidos.
De todas maneras que haya potencias involucradas en estos complejos escenarios hacen temer que en cualquier momento pueda escalar este escenario y que pase a segundo plano la diplomacia. Lo mediático del momento que vive la humanidad nos hace creer que hoy estamos en situaciones de violencia peores, pero la realidad es que ha habido pocos momentos más pacíficos en la historia que el actual, pero eso no puede tranquilizarlos. En tiempos que creemos haber aprendido de los errores del pasado, sostener estos conflictos deja siempre la puerta abierta a la exacerbación. Por eso, esperamos que impere la sensatez y que la ONU logre asumir el rol que le corresponde para presionar una solución no bélica en el rico país del Medio Oriente.
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