Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, organismo constitucional del poder legislativo en Venezuela, es el presidente interino que comienza a ser reconocido por gran número de países, entre ellos los americanos Canadá, Estados Unidos, Brasil, Argentina, Perú, Paraguay, Chile, Ecuador, Guatemala, Costa Rica, Honduras, Panamá y Colombia. Por primera vez en el vecino país los opositores al régimen de Nicolás Maduro parecen estar de acuerdo en respaldar a Guaidó para ser el presidente real de ese país, y decenas de miles de venezolanos se han volcado a las calles para brindarle su apoyo. Las protestas contra el gobierno chavista alcanzan dimensiones que no se habían visto antes, pero los muertos hasta ayer eran 16.
Maduro sigue siendo respaldado por sus Fuerzas Militares que ayer salieron en conjunto a pronunciarse para brindarle su respaldo y denunciar supuestas injerencias internacionales para darle golpe de Estado. También tiene el apoyo de Rusia, China, Siria, Irán, Turquía, y en América de Cuba, Nicaragua, Bolivia, Uruguay y México. Es un momento de gran tensión que, paradójicamente, podría terminar dándole nuevo combustible al régimen autoritario. Ojalá que no, y que la presión popular que se está dando incluso en sectores de la población que antes eran chavistas, lleven a que Maduro y sus secuaces dejen el camino libre al regreso de la democracia. Guaidó lo dijo en su discurso de autoproclamación como presidente encargado: vendría en su orden "el cese de la usurpación, un gobierno de transición y elecciones libres".
El pasado 10 de enero Maduro tomó posesión del cargo para un segundo mandato de seis años, como resultado de unas elecciones fraudulentas realizadas el año pasado, en las que no se respetaron los más mínimos principios de participación democrática, lo que llevó a muchos países, entre ellos Colombia, a desconocer los resultados. Tal hecho lleva a que hoy se considere que allí hay un gobierno de facto, una dictadura, y precisamente eso ha permitido que ahora el pueblo venezolano tenga más conciencia acerca de la necesidad de respaldar a un líder como Guaidó, para que sea el presidente legítimo de su país.
Ojalá que la presión popular crezca y se fortalezca día a día, sin que eso signifique sacrificio de vidas de los manifestantes en las calles, y que ante tal realidad los militares se vean forzados a dejar de rodear a Maduro como lo hacen actualmente, y se apresten a colaborar con una fórmula de transición que conduzca a que el mundo entero vuelva a reconocer a Venezuela como una democracia. Si el pueblo venezolano pierde el impulso y desde el Estado se logra imponer el terror, los habitantes de ese país habrían desperdiciado una oportunidad de oro para construir un mejor futuro para las nuevas generaciones. Lo sensato sería que ante el descontento general, Maduro se decidiera a aceptar un acuerdo para su salida del poder, que es según las encuestas lo que más quieren los venezolanos.
Mientras tanto, en Colombia hemos de esperar que en las próximas semanas y meses aumente la migración de familias enteras de ese país, en busca de nuevas oportunidades ante la creciente situación de violencia, la incertidumbre y una crisis económica sin precedentes que solo lleva hambre a las comunidades. Tampoco se puede descartar que en medio del desespero y la necesidad de despertar solidaridades con su mandato, Maduro opte por agredir a Colombia esperando reacciones que permitan confirmar su teoría de un supuesto complot internacional para sacarlo del poder. Lo crítico es que los rusos y cubanos, especialmente, se han mostrado muy dispuestos a darle la mano al dictador para protegerlo. En dicho escenario la prudencia del gobierno colombiano es prioritaria; sería absurdo un nuevo conflicto innecesario.
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