Según Lynn Hunt, muchos departamentos de Historia en Estados Unidos se rehusaban a contratar mujeres historiadoras aún en 1970. En esa década, “el 13% de los títulos de doctorado en historia, los recibieron mujeres, pero las mujeres solo formaban el 1% de las facultades de historia en las escuelas de postgrado”. Natalie Zemon Davis, quien acaba de fallecer, fue la segunda mujer historiadora en ingresar en Berkeley. 
Es raro cuando los medios de comunicación registran el fallecimiento de un intelectual. Otra cosa es El País de España o el New York Times que, por cierto, publicó una breve semblanza de la historiadora Natalie Zemon Davis, cuya vida nos dice mucho del ascenso social y cultural de las mujeres.
Por su obstinado sentido de la libertad y el de su esposo, el profesor Davis, en una época oscura y totalitaria en la vida social, cultural y política de los Estados Unidos de los años 50 con el macartismo, ella debió enfrentar muchas adversidades. En 1952, siendo una joven estudiante del doctorado sobre la Francia medieval, el FBI tocó la puerta de su apartamento “¿son ustedes comunistas?”. “All I remember is that it was frightening and crushing because I was three months pregnant with our first child, and I didn’t need this”, ella recordó. Su esposo perdió su trabajo y fue encarcelado durante seis meses por desafiar al Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes y se les retiraron los pasaportes. Luego, ninguna universidad en Estados Unidos los contrató.
Vivió la agitación de las universidades norteamericanas por la guerra de Vietnam, la cual la estimuló a estudiar las protestas premodernas del siglo XVI y la vida de personas marginadas como artesanos, impresores y mujeres campesinas. De pronto, por los avatares de su vida, público su primer libro a los 47 años de edad.
En su obra Mujeres de los márgenes. Tres vidas del siglo XVII, la historiadora quiso “mostrar una cara diferente de la historia. Aquí las protagonistas son mujeres que pueden valerse por sí mismas y que demuestran ser capaces para superar todos los obstáculos que les pongan por delante. No son las típicas mujeres del siglo XVII, a pesar de que no fueron reinas ni grandes heroínas. La capacidad de superación, las llevaron a introducirse en el mundo de los hombres”.
El encanto de la escritura de sus obras está inspirado en la literatura y la antropología, cuyo maestro, Michel de Certeau, le proporcionó su estilo de interpretar el pasado. Ella estaba “convencida de que presentar a las y los actores históricos como héroes/heroínas o como víctimas es especialmente desafortunado en el caso de las mujeres, ya que conduce al pensamiento clisé. Hay que buscar la evidencia, hay que buscar los conflictos y las resoluciones. En definitiva, hay que buscar la historia”.   
Justamente, su famoso libro El regreso de Martin Guerre es una historia de amor entre dos campesinos en la Francia rural del siglo XVI, pero también es la historia de un perturbador impostor. Martin Guerre fue acusado de robo de grano y desapareció; cuando regresó a su aldea, diez años después, encontró que su esposa tuvo dos hijas con otra persona que dice llamarse igual. Esta historia le permitió a la autora hacer reflexiones sobre la vida de los campesinos, sus tensas relaciones familiares y la herencia. Un colega de ella recuerda con esta obra que “ella explora los archivos hasta el fondo. Y luego es capaz de retroceder y contar una historia de una manera narrativamente atractiva”. 
Hoy, cuando vivimos el genocidio de Gaza, sus obras sobre gente popular analfabeta, sobre la piedad y la pobreza, o que vivió “entre mundos” cobran un nuevo eco; como la historia del musulmán Al-Hasan al-Wazzan —quien fue secuestrado por piratas cristianos en 1518 y llevado al papa León X— que supo dar información geográfica de África, vivió en Roma y, convertido del islam al cristianismo, fue bautizado como León el Africano.