Como las mujeres fatales, los diccionarios dicen la verdad a medias. Dejan mucho a la imaginación. Allí radica buena parte de su encanto. Y desencanto. Inevitable la relación amor-odio que nos une al directorio telefónico de las palabras.
Hay diccionarios que hacen hasta lo imposible por ocultar significados. Pero son necesarios como el viento al pájaro, el pañuelo a la lágrima. Dime que diccionario usas y te diré quién eres.
 Conviene tener nuestra propia batería de diccionarios: el significado que esconde el uno, lo revela el otro. Entre todas las acepciones se  va armando la colcha de retazos del significado preciso. 
Con frecuencia desconcierta ese librito que nadie regala. Por ejemplo: la palabra amor, tal como la define el www.rae.es  no provoca ni veniales. No llega a ningún Pereira. Se queda a mitad de camino. Cualquier bolero le da sopa y seco al DRAE a la hora de definir el amor.
Las palabras, nacen, crecen, se reproducen y no mueren. Se van a vivir en el diccionario donde hay que consultarlas, así nos defrauden las definiciones de la Academia de la luenga lengua.
Tomadas de la mano como los niños de preescolar, las letras van formando palabras, palabras, palabras. Y estas, los libros que iremos consumiendo. Nacemos con los polvos y libros contados. Solo deberíamos morir cuando hayamos terminado de leer los libros que nos esperan.
Con ciertos voquibles sucede lo mismo que con los dictados que vienen de Roma, a lomo de teología: Si la Iglesia va por un lado, los fieles van por otro. Al final, el hombre de a pie ganará la batalla a los rostros de madera de la Academia que acogerán esa palabreja a la que se resistían.
Porque la voz del pueblo no solo es la voz de Dios. También  es la voz de los diccionarios, su materia prima.
Poquitos, pero los hay que leen el diccionario como si fuera una novela. ¿Sus nombres? Sí los sé y si los digo: el maestro Juan Gossaín, y el hispano-español, Ricardo Bada. Ven un diccionario nuevo y se le tiran en plancha para devorarlo de la a la zeta. Como si fuera una novela porno. O de detectives.
Recomiendo el Clave, que incluye ejemplos por cada palabra definida. Tiene prólogo de García Márquez: www.clave.librosvivos.net/
Hay  otra herramienta y también está a un clic. Se trata del Manual del Español Urgente. Disponible en librerías.  Y en la red:  www.fundeu.es. Hay más maná sobre el idioma en www.elcastellano.org/noticias/
Sea como sea, estamos condenados  a la deliciosa y feliz cadena perpetua del diccionario.