El presidente Petro asegura que no pueden investigar a sus colaboradores, porque, en el fondo, lo que hacen es ir en contra de él. Es la misma tesis de Nixon en el escándalo Watergate, que concluyó con su renuncia. Ocasionado por una serie de circunstancias, unas debidas al hado o destino o fatum, y otras a las decisiones de Nixon. Y todo comenzó con una puerta abierta.
El 17 de junio de 1972, viernes, a las 2:30 de la madrugada, el vigilante del edificio Watergate, en Washington, advirtió que la puerta de acceso al corredor de las oficinas estaba abierta; le avisó a la Policía y fue así como esta encontró a cinco individuos, ingresados a las oficinas del Partido Demócrata con el fin de instalar allí micrófonos espías. Los detuvieron.
En decisión fatal, antes Nixon había nombrado un comité para su reelección, manejado por él. El 11 de mayo de ese 1972, ese comité decidió colocar micrófonos en las oficinas del Partido Demócrata, lo que se llevó a cabo el 28, en el edificio Watergate. Pero, muy sonreído y burlón, el danzante destino quiso que uno de los micrófonos no funcionara bien; entonces se decidió repetir la operación ese fatal 17 de junio, el de la puerta abierta. Decisiones de John Mitchell, Fiscal General, con delincuencia de alto coturno.
El sábado siguiente, 18, un joven reportero del Washington Post, Bob Woodward, leyó la noticia. Lo dudó, ir o no a la audiencia de legalización de captura de los intrusos, pues estaba en su día libre; sin embargo decidió asistir. Luego se sorprendió al constatar que uno de los detenidos, James Mc. Cord, era miembro del comité para la reelección. Punta de la cuerda para seguir tirando.
Como a los intrusos se les encontraron 2.400 dólares, el FBI comenzó a indagar su procedencia. Billetes de 100, de los fondos del Comité para la reelección. Nixon llamó a John Dean, para que se encargara del asunto. Este sugirió que se le pidiera a la CIA que, a su vez le pidiera al FBI que se abstuviera por tratarse de fondos para operaciones de seguridad en el extranjero. Nixon contestó con dos fatales palabras: “está bien”. Fatales palabras que quedaron grabadas en las fatales cintas correspondientes en el despacho de Nixon.
Yo no creo que Petro haya conocido las posibles inexactitudes o falsedades en las cuentas de su campaña (Nixon tampoco ordenó el espionaje), pero debería repasar el comportamiento de Nixon en relación con los actos de sus colaboradores, incursos en delitos, porque lo cierto es que en este asunto de la campaña de Petro hay muchas puertas abiertas. Gastos e ingresos que parecen no reportados, raras facturas, vuelos, actos financiados por el empresario barranquillero Euclides Torres, los 500 millones de Fecode, los testigos electorales, los dineros recibidos por su hijo Nicolás, los 15.000 millones que el embajador Benedetti aseguró haber arrimado a la campaña. Abriendo esas puertas están, no solo la Fiscalía sino también el CNE y la Corte Suprema.
Nervioso, Petro recordará que el artículo 109 de la Constitución dispone la nulidad de la elección en el caso de violación los topes de su campaña. Esto no es un golpe blando, sino el cumplimiento de la máxima ley. Y Petro me recuerda a Nixon, este negándose a entregar las cintas incriminatorias alegando el “privilegio ejecutivo”. Eso lo falló el Tribunal Supremo. Estremece leer como el Estado de Derecho, funcionando y enmarcado en esos nueve inermes jueces, se impuso en contra del hombre más poderoso del mundo. Así fue el caso. Radicado: “Número 73-766, 73-1834, Año Judicial de 1973. Demandante: los Estados Unidos de América, CONTRA, Demandados: Richard Nixon y Otros”.
Unas semanas después, el alguacil mayor de ese tribunal abrió las puertas de la sala, y con potente voz llamó: “oíd, oíd, oíd”. Por unanimidad estos supremos jueces decidieron que Nixon tenía que entregar las cintas incriminatorias de sus encubrimientos y mentiras. Nixon renunció. Golpe blando, no, solo aplicación estricta de la ley.