Evidentemente los ciudadanos que habitan en Colombia tienen una vida diferente de aquella que se disfrutaba entre las décadas de 1950 a 1990. Antes de estas fechas la población estaba sometida a distintas maneras de interpretar y gozar, o sufrir de la existencia que les permitía la Constitución de 1886 y el entorno social no siempre ligado a las leyes.
Los historiadores, dependientes e independientes, han relatado y contextualizado las épocas por la que atravesaba el país a partir de la formación de la República. Igualmente, han sido descritas las condiciones de la ciudadanía desde 1700 hasta el establecimiento de la Constitución de  Rafael Nuñez y Miguel Antonio Caro.
El país es distinto, muy diferente, a aquel de la colonia y el que ha existido a través del tiempo y de las épocas que han marcado grandes cambios, en contraposición con las modificaciones insensibles finalmente tangibles.
La sociedad siempre ha estado dividida de acuerdo con sus intereses y la manera de sentirlos y expresarlos llegando inclusive a separar absurdamente a los ciudadanos entre buenos y malos según la alineación con determinadas tesis y comportamientos, sin tener en cuenta la intervención de la malhadadas violencia y corrupción.
En Colombia los ciudadanos no toleran las autocracias por largo tiempo en diferentes ámbitos de la vida. Los colombianos tienden a ser conciliadores, aunque no lo logren fehacientemente en todos los órdenes y  tiempos.
A los colombianos en general les aburre, por decir lo menos, la pugnacidad aunque hay líderes especializados en esta forma de comportarse y de la cual derivan beneficios de toda índole. La contradicción es un derecho en una sociedad como la colombiana, la cual debe ejercitarse permanentemente para evitar la presencia de áulicos a todo trance y en todo momento.  
Discrepar a conciencia, o sea, con argumentación propia del contradictor o de un núcleo es honesto, aunque no se obtengan los fines que se propone dentro de las normas legales,   pero siempre utilizando el mecanismo social e infalible del respeto por los demás.
La unanimidad, evidente u oculta, ante todo y por todo es una grave manera de estar en la vida porque es la negación del ser racional.
Para solucionar los conflictos han existido muchos mecanismos, que van desde la violencia, las guerras y hasta los simples por lo sinceros diálogos. Ya sea que se enfrenten dos o más personas en búsqueda de la aparente verdad, porque nadie es dueño de la veracidad absoluta. 
El país y sus gentes han encontrado un mecanismo que se traduce en la búsqueda de acuerdos necesarios para la vida de las personas ya sea de forma directa, indirecta o institucional. Al instrumento se le ha denominado mesa. De la simple reunión dialogante se ha pasado a la famosa, la cual se ha establecido para toda acción colectiva que busca establecer los hechos y proponer soluciones que comprometen a más de uno de los asistentes a la  reiterativa mesa. 
No hay conflicto actual en el cual no se recurra a la mesa. Del simple diálogo, al menos entre dos, se comienza con la solicitud de establecer una mesa que pareciera lo podrá componer todo, aunque en no pocos casos habrá que recurrir a posteriores mesas por incumplimiento de las promesas.
Lo que es inminente, a manera de ejemplo, es la adopción de mesas para los conflictos familiares comunes, las divergencias entre personas con distintos rangos, no militares, las encrucijadas de amistad y así sucesivamente.
Todos claman: ¡Una mesa! Pero es mejor: Pasen a la mesa que se enfría el sancocho. Y es perentorio: ¡Una mesa! En el salón del billar. El problema insoluble surge cuando a la mesa le falta una pata.