Hablábamos de cómo el turismo a la Alta Guajira se “desmadró”, para utilizar el verbo empleado por las agencias de viaje tradicionales. El Cabo de la Vela es un destino muy buscado por los colombianos, pero no hay que confundirse, el Cabo no es la Alta Guajira. De allí para adelante comienza la Alta Guajira. El que quiera buscar paz y tranquilidad en el Cabo de la Vela se encontrará con todo lo contrario.
El Cabo se convirtió en una calle larga flanqueada por sus dos lados por una serie ininterrumpida de bares, restaurantes, hoteles, ventas de artesanías y de un ruido infernal de música a todo volumen. Triste es confesar que el llamado Desierto de la Tatacoa en el Huila, buscado también para gozar de paz, tranquilidad y silencio, se está convirtiendo en lo mismo: una calle o carretera que se llenó de restaurantes, cafeterías, comederos, hotelitos a lado y lado. Todavía, es verdad, se puede gozar de tranquilidad adentrándose hasta el fondo en el Desierto. No sé qué autoridad en el Huila, en mala hora, decidió construir unas estructuras de cemento dentro de la llamada zona roja.
Para gozar de la anhelada paz en el Cabo de la Vela hay que alejarse del poblado. Pero, todo sea dicho, son muchos los colombianos que gozan de ese bullicio, montoneras y barahúnda del Cabo de la Vela.
Los wayús, que no participan de este negocio, sienten que su Jepirra, nombre que le dan al Cabo de la Vela, se ve profanado por esa multitud sedienta de diversión, ruido y trago.  Para los wayús el Cabo de la Vela, es el destino de las almas de sus muertos antes de entrar a la eternidad. Al extremo del Cabo de la Vela se encuentra el Pan de Azúcar. Es una colina en la que hay una estatua de la Virgen. Al pie hay una playa de arenas muy finas que se llena de bañistas. Y para el servicio de estos turistas se aglomeran cantidades de vehículos ruidosos y de ventas de todo tipo de comestibles y artesanías que convierten al lugar en un basurero de plásticos.
Uno de los espectáculos de miseria más aberrantes y conmovedores son los retenes que hacen los niños en los interminables caminos polvorosos de la Alta Guajira, retenes que aumentan a final del año en época de vacaciones. En Ríohacha hay vallas que aconsejan no dar limosnas en los retenes. Pero una cosa son las normas de la ciudad y otra llegar a los retenes de los famélicos niños wayús. Los retenes son cuerdas que los niños sostienen a lado y lado de la vía y para poder pasar es necesario dar galletas, dulces o bolsas de agua.
Se presentan a veces personas mayores armadas que exigen 20.000 o 50.000 pesos recogidos entre los turistas del vehículo. También se han dado casos de enmascarados montados en moto y armados, generalmente venezolanos, que exigen dinero. Es muy frecuente encontrar tres o cuatro retenes seguidos, separados por escasos 20 metros. Este espectáculo de los niños en los retenes es patético y repulsivo para los turistas extranjeros. y para los turistas nacionales también.
Ahora “otra pata que le nace al cojo”. Las protestas de los habitantes de Ríohacha que han encontrado la forma de que sus peticiones al Gobierno sean escuchadas cerrando las vías al paso de las camionetas de los turistas. ¡Menudo problema para las agencias de viajes y para los turistas! El espectáculo de toda, toda la alta Guajira, es deplorable: millones de bolsas de plástico por todas partes. La Alta Guajira es un basurero. Y no paran aquí las desventuras del turismo.