Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Cuando nos invitan a una boda y nosotros aceptamos, comienza un tiempo de preparación para asistir a ella. Pensamos en el vestido para aquella ocasión y en el regalo que portaremos para agradar a los novios. El hecho importante es “la preparación” para poder entrar al banquete.
El Reino de Dios es semejante a estas bodas. Para poder participar de la vida del Reino: Reino de paz, de justicia, de amor y libertad, es necesario realizar la debida preparación; es por esto por lo que la Palabra de Dios enfatiza una actitud: vigilen, vigilen, estén atentos, porque no saben el día ni la hora.
Esta Palabra de hoy nos coloca de frente a la Parusía. Este término indica la segunda venida del Señor. Nosotros estamos en la etapa que va desde la Resurrección de Jesús hasta la Parusía, es decir, su segunda venida. No sabemos cuándo será el momento, podría ser hoy, esta noche, podría ser en la próxima pascua; lo importante es estar preparados.
Para profundizar esta enseñanza, el Evangelio nos ayuda con la imagen de cinco vírgenes necias y cinco vírgenes sensatas. No nos debemos detener ni en el número ni en el hecho de que son vírgenes. El sentido de esta parábola está en: la preparación y en el aceite que llevan. Las cinco necias, no se han preparado suficientemente con el aceite necesario; las cinco sensatas han preparado el aceite suficiente para esperar al esposo.
En las costumbres hebreas, la futura esposa esperaba en la casa de sus padres, para ser acompañada hacia la casa del esposo. Las vírgenes de la parábola debían esperar en la casa de la novia, con el fin de acompañarla en procesión hasta la casa del esposo y luego poder entrar al banquete nupcial. Pero el esposo tarda. A las acompañantes les entra sueño y todas se duermen. Una voz, de improviso, anuncia que llegó el esposo. Las vírgenes debían encender las lámparas para acompañar a la esposa, pero en este trayecto era necesario tener suficiente aceite. Por tanto, las que estuvieron preparadas, pudieron acompañar a la novia y entrar al banquete; las que no tenían suficiente aceite, al tener que ir a comprarlo, perdieron la entrada al banquete porque: llegó el esposo y la puerta se cerró. Ya se acabó el tiempo, si la puerta está cerrada, no hay nada qué hacer: el esposo dice no las conozco.
Aquí se concentra la enseñanza para todos nosotros. Todos los días en oración pedimos: venga a nosotros tu Reino. En el banquete todos están alegres, se relacionan en paz, comparten, danzan, comen, festejan. Así es el Reino de Dios entre nosotros: podemos vivirlo en el trajín cotidiano, volver nuestra vida un continuo banquete donde nuestras relaciones están marcadas por el amor.
El aceite es “la fe”. Todos los días, mediante la escucha de la Palabra, la vida en comunidad y la celebración de la Eucaristía, vamos recogiendo aceite. Todos los acontecimientos cotidianos nos pueden acrecentar la fe; aquellos dolorosos como la enfermedad, la vejez, la muerte, nos templan el espíritu y nos ayudan a llenar día a día la lámpara. La oración, la relación continua en el amor con quien sabemos nos ama, es como el gotero que va echando aceite a la lámpara. Para aquellos momentos difíciles de nuestra existencia, es necesario haber llenado nuestras lámparas; de lo contrario, no podremos resistirlos.
Tarea para esta semana: preguntarnos: ¿Cómo va nuestra preparación continua en la espera del Señor? ¿Cómo va el aceite de nuestra lámpara?
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Sabiduría 6,12-16; Salmo 62; 1 Tesalonicenses 4,13-18; Mateo 25,1-13
Todos los días vamos recogiendo aceite.
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