La Palabra de hoy nos revela el secreto para que nuestra vida pueda transcurrir llena de gozo: “en todo, coloca a Dios de primero”. Esta actitud consciente y voluntaria, produce abundancia y gozo. El hecho de despojarse de sí mismo y donar la vida sin reservas alcanza la felicidad.
El profeta Elías, en Sarepta, nos revela este tesoro cuando le pide agua y un trozo de pan a la viuda. Aunque la viuda tenía apenas lo necesario para ella y su hijo, obedeció la palabra del profeta y: “La orza de harina no se vació, la alcuza de aceite no se agotó”. Esta abundancia es el resultado de haber puesto en primer lugar la Palabra del Profeta.
Jesús enseña a sus discípulos el sentido verdadero de la ofrenda (compartir, solidaridad) cuando ve a una viuda pobre que en el lugar donde se echaba la ofrenda ella sólo coloca una moneda mientras los ricos depositaban sumas mayores. El Maestro hace notar que ella ha echado más que los hombres y mujeres pudientes de la época porque entregó lo que tenía para vivir, los demás dieron solamente lo que les sobraba: los criterios de Jesús difieren de las sumas aritméticas, se refieren a donar la vida.
En la vida cotidiana pensamos mucho en nuestro yo, en nuestra comodidad. Desinstalarnos para servir a los demás nos cuesta mucho y difícilmente compartimos lo que tenemos porque pensamos que se nos acabará y no tendremos para satisfacer las necesidades. Pero la palabra de hoy resalta que si damos desde lo que necesitamos y no desde lo que nos sobra, nuestra vida recibirá abundante bendición.
Vivimos con miedo a morir. Tememos que otros ocupen nuestra “zona de confort”; el otro se nos convierte en amenaza cuando el “yo” o el “ego” ocupa el centro de nuestra existencia. La prepotencia y la búsqueda de seguridad en nosotros mismos nos impiden compartir lo que somos y lo que tenemos… y nos alejan de Dios. Qué pasaría si esperando el bus, aparece una persona que necesita urgentemente subir pero no tiene absolutamente nada de dinero; y tú no tienes sino exactamente lo que cuesta el pasaje. Si tomas el riesgo y le das todo lo que tienes, sin reservarte nada, ¿podrías imaginar lo que pasará después? En realidad, lo que has entregado te aparecerá duplicado o triplicado, porque nos has dado de lo que te sobraba sino de lo que te hacía falta.
Si en nuestro hogar, no damos a nuestra familia las migajas del tiempo, sino el tiempo entero, ¿qué podrá suceder? Si en tu trabajo, mueres a tus intereses para servir al que más necesita, en ese momento, ¿qué podrá suceder? Si en la relación con Dios no das un poquito de tu tiempo sino que toda tu vida se vuelve adoración y alabanza, ¿qué podrá suceder? En todos estos casos habremos recorrido el camino del desprendimiento e, incluso, caminaremos en la vía del perdón.
Dar desde la precariedad, desde lo que nos hace falta, es una bendición y da mucha más alegría al dar que al recibir. El bien es mayor para el que da… especialmente cuando se da viendo en el otro el rostro del Señor, entonces se cumplirá la Palabra en ti: “Cuando lo hiciste con uno de mis pequeños, conmigo lo hiciste”.
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Reyes 17,10-16; Salmo 145; Hebreos 9,24-28; Marcos 12,38-44
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