Si nosotros amamos a quienes nos aman, hacemos el bien a quienes nos han hecho el bien: ¿qué hacemos de diferente a todos los que no conocen al Señor? Si nosotros cobramos venganza con quienes nos han ofendido y si nos desquitamos del mal que nos han propugnado: ¿qué hacemos de diferente a quienes no tienen una Palabra nueva en su corazón y nunca han tenido una experiencia de Cristo vivo?
Quien se llama a sí mismo creyente en Cristo, experimenta que su vida no puede ser igual a la de “todo el mundo” sino que está convocado a vivir realmente lo nuevo del Cristianismo: “amar al enemigo, hacer el bien a quien le hace el mal, orar por quien le causa daño, bendecir a quien le maldice”; esto es lo nuevo, amar donde el mundo no quiere amar e incluso, amar hasta que duela más: sembrar todo amor y eliminar toda venganza.
¿Quién es el enemigo? Podría ser tu cónyuge, un hijo, tu hermana, tu jefe, un compañero de trabajo… incluso tus padres. Enemigo es quien destruye tu comodidad; quien te saca de ti mismo porque no está de acuerdo contigo; quien te ofusca y te desespera por ir en el sentido contrario al que tú crees que debes ir. Los enemigos están muy cerca, son los que te rodean en la vida cotidiana.
Hagamos visible este evangelio con quien nos desacomoda, pidamos y ofrezcamos perdón, hagámosle el bien con sincero corazón, amémosle con corazón limpio. Actuando así, experimentaremos una alegría indecible e inexpresable, un gozo que se saldrá de nuestras posibilidades humanas y una paz que, por supuesto, no vendrá de nosotros mismos.
Esta Palabra es la joya que nos da la clave de la felicidad. Viviendo así, nuestra vida transcurre feliz porque nada nos puede dañar: las relaciones familiares se purifican, el esposo logra pedirle perdón a su esposa; un hijo siente la necesidad de pedir perdón a sus padres por las ofensas del día; el jefe da el paso y pide perdón a sus empleados por su actuación humillante y prepotente y el empleado pide perdón a su jefe por su actuación mediocre y presuntuosa. Siguiendo esta Palabra podríamos contribuir verdaderamente a la paz porque amando a nuestros enemigos se desarman los corazones, dejamos de vivir a la ofensiva y dejamos de ver al otro como una amenaza para nuestra tranquilidad.
¡Qué bendición ser bautizados! En el momento del bautismo se nos dio la capacidad de amar como el Padre ama. Así como aprender a nadar se hace nadando, aprendemos a amar a nuestros enemigos, amando, arriesgándonos a hacer el bien a quien nos haya hecho el mal; comenzando por los más cercanos, en la familia. Sembremos amor, eliminemos venganza y comprometámonos en instalar el sentido de la compasión en lugar del de rechazo y violencia. Haz esto y vivirás.
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Samuel 26,2.7-9.12-13.22-23; Salmo 102; 1 Corintios 15,45-49; Lucas 6,27-38
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