La pasada consulta anticorrupción trajo consigo algunos hechos que vale la pena revisar, pues unos pueden marcar tendencias en el futuro cercano y otros dar luces de cambios a mediano plazo.
Se requería que 12’140.342 ciudadanos participaran en la consulta para pasar el umbral. Lo hicieron 11’671.420, faltando solamente 468.922 votantes para su validez jurídica, para que tuviera efectos legales. Faltó menos del 4 %.Los resultados nos presentaron una paradoja: por un lado la derrota de las propuestas en su camino a convertirse en reformas y leyes, así sea por un escaso 4 %, y por otro lado la victoria del movimiento anticorrupción liderado básicamente por el centro, la izquierda y algunos políticos de otros partidos.
Al contrario del plebiscito por la paz de 2016, cuya derrota fue por 0,42 %, la que dejó en serios aprietos la estructura inicial del Acuerdo de Paz de La Habana, la paradójica derrota de la consulta puede llevar a que se consolide un impulso que traiga incluso más reformas que las planteadas por sus promotores. Que casi doce millones de personas hubieran ido a votar sin ningún incentivo clientelista, en un proceso electoral con poca promoción y recursos casi inexistentes, es una proeza. Al mismo tiempo es una señal de cambios en la mentalidad y estructura del electorado. Quienes quieran estar en la política deberán tomar nota de esto, pues tarde o temprano los viejos hábitos serán poco eficaces y quienes han detentado el poder clientelista y mafioso de la política y el Estado podrían quedar por fuera. La consulta implica una nueva ciudadanía que empieza a germinar, a despuntar, y que más adelante puede dar sus frutos.
Por otro lado, hay un actor preponderante que simultáneamente fue ganador y perdedor: el expresidente Uribe. Si él hubiera querido, la consulta habría pasado sin la menor dificultad. Primero dijo que la apoyaba y luego que no. Casi todo el Centro Democrático lo acompañó en su negativa, y muchos, empezando por el propio Uribe, emprendieron una fuerte campaña de desprestigio de la consulta, como lo hicieron con el Acuerdo de Paz.
Uribe tal vez pensó que como en ocasiones anteriores su voz sería acatada a rajatabla, pero no fue así. Esta votación empezó a mostrar un desfase entre el expresidente y la opinión, y si se pone en la mesa este evento junto a otros que le son desfavorables, se pueden ver signos de su declive, de su ocaso.
La consulta terminó revelando un hecho que no se esperaba todavía: la decadencia de un poderoso. Se repite el patrón de muchos gobernantes fuertes y autoritarios: un inicio auspicioso y un final que puede ser ruinoso. Por ejemplo, cuando Fulgencio Batista tomó el poder en Cuba era un joven militar progresista y con rasgos demócratas. Muchas reformas positivas para la isla las emprendió Batista, pero el apego al poder y la corrupción de su conciencia luego le pasaron cuenta de cobro. Como le está sucediendo a Ortega en Nicaragua. Es algo que no distingue ideologías. Es que en últimas, el ejercicio del poder es una expresión del apego y fácilmente degenera en tiranías y catástrofes si no hay un polo a tierra permanente. El dictador rumano Nicolae Ceaucescu fue por mucho tiempo idolatrado por su pueblo, que en 1989 lo persiguió, lo cazó y lo fusiló. Uribe carga también en este momento investigaciones judiciales de orden penal, de las cuales no está fácil su salida. Además, el presidente Duque tiene 'una encrucijada en el alma': seguir a Uribe o ser presidente, y tal vez opte por lo segundo. Si a esto le agregamos que en el 2022 no será tema para las elecciones presidenciales la guerra fría que todavía el expresidente carga en su mente, entonces es muy posible que entre su pérdida de influencia, sus posibles responsabilidades penales, un presidente que se decida a ejercer, y un país que cambia de temores y anhelos, el otoño del patriarca llegue pronto; y si persiste en sus fijaciones y codicia, le llegará un gélido invierno. El mismo declive tendría su partido Centro Democrático, expresión de una derecha dura y a veces feroz que resucitó luego de más de medio siglo de hibernación.
A lo mejor estamos ante el despunte de una mejor política y la decadencia de un rey sol.
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