Contradictorios fenómenos se están dando en la ciudad. Por un lado, la Alcaldía demuele con eficiencia las edificaciones de colegios históricos después de abandonarlos negando ejecutar un juicioso mantenimiento. ¿Me pregunto cuánto se gastan los alcaldes, no es solo del Dr. Octavio, en conciertos gratuitos de músicas de dudosa sostenibilidad cultural en la Plaza Bolívar? Y por el otro lado, particulares se dedican a rescatar nuestra tradición cultural. Me refiero a la antología de la obra de la poeta Blanca Isaza de Jaramillo Mesa, concebida en Abejorral y realizada aquí en Manizales, con la cual se le dio vigencia a esta emblemática exponente de nuestras letras. Carente de modestia debo enumerar la publicación que hice con Mauricio Calderón Sáenz, nieto de Tomás Calderón, de la obra literaria del famoso Mauricio (seudónimo de Tomás Calderón), libro que tardó dos años en su recopilación. Otro bello esfuerzo lo vimos la semana pasada cuando se inauguró en la galería de la Nacional de Seguros (hoy se debe decir Seguros Liberty) una exposición retrospectiva del pintor aguadeño Uriel Misas. Las gracias sinceras de este rescate se las debemos dar al también pintor Ulises Giraldo, el cual, con la esposa e hijas del maestro, reunieron obra guardada y dispersa de este interesante y original autor caldense. ¿Dónde está el aporte y la concurrencia del estamento oficial que descuida el cumplimiento de la ley que los obliga a velar por la cultura poniendo las respectivas prioridades? No vi en el evento un delegado de la Alcaldía de Aguadas; no vi al Secretario de Cultura de Caldas, el músico Lindon Chavarriaga Montoya, éste, al parecer, estaba muy embolatado organizando el Festival del Pasillo de Aguadas, precisamente. Nos corresponde a nosotros, la gente del común, llenar ese vacío grande organizando y financiando esta labor, mientras que nuestros gobernantes y administradores sacan pecho posando de prohombres. Lo que dijo el maestro Valencia de los literatos caldenses que sacrificaban un mundo por pulir un verso se les puede aplicar a esta cohorte de gestores, introduciendo un simple cambio: sacrifican la cultura por pulir una canción.
Volvamos con el maestro Misas, tema realmente edificante. Este hombre pintó, como varios de sus colegas, el paisaje del café constituyéndose en su cultura mucho antes de la afamada declaratoria. Antes de que los gestores culturales mandaran papeles a la UNESCO, los pintores, esos seres tan maltratados en nuestra sociedad, ya estaban captando en sus lienzos este fenómeno, que solo en términos de académicos, hablo de antropología y sociología, porque la historia fue excluida, pudo adquirir valor para que aquella institución mundial se dignara a firmar la declaratoria. ¿Quién le reconoce a Uriel Misas su sensibilidad, compenetración con el entorno y su actitud visionaria? ¿La Federación de Cafeteros; el Museo de Arte de Caldas o la misma Colección del Banco de la República en Bogotá van a adquirir lienzos de este pintor para enriquecer sus colecciones?
Las preocupaciones de Misas se centraban en el ser humano. Sus lienzos retrataban al hombre y la mujer ejerciendo un oficio vinculado con el campo. Hay un lienzo que considero emblemático. Una pareja de campesinos en frente de su casa, con ojos sobredimensionados son un bello homenaje ya que reconoce que ellos, como las razas históricas, captaban el mundo con los ojos y no con la razón derivada de la escritura. Las miradas de esa pareja de campesinos están llenas de un mundo embebido en la naturaleza, discretos conocedores de otros mundos y poseedores de otro tipo de sabiduría. Y esto nos lleva a otro aspecto sobresaliente de la obra del Misas, su fascinación por los mitos precolombinos y la desaparición de nuestros ancestros indígenas cuando chocaron con nuestros otros ancestros, los españoles. El pintor recorrió el alma de nuestros campesinos, sustrato originario de nuestra sociedad, mas no fue un romántico primitivo, sino fue consciente de que esa alma fuerte habitaba unos cuerpos vejados por la pobreza, por hambres en varios sentidos y mucha injusticia social.
Admiro a la familia del maestro Misas que se puso en la ardua tarea de enarbolar esa bandera enfrentando a una sociedad materialista que prefiere los decoradores a los pintores de verdad. Una sociedad que en vida del maestro fue mezquina con él y muchos otros pintores más y que no ha cambiado. Me temo que esta familia sufrirá de nuevo el rechazo que ya habían sufrido cuando veían al padre de familia volver a la casa a la tarde con el mismo lienzo con el cual había salido por la mañana, porque nadie se interesó en adquirirlo. Comprenderá esta familia cuan valiosa fue la actitud de este decidido pintor que sentía un fuerte llamado del mundo intangible y como juicioso apóstol dejó sus seguras redes y se dedicó a seguir esa voz.
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