Toros de las diversas ganaderías vuelven a refritar su comunicado de todos los años cuando empiezan a abrirse las puertas de los sustos en los distintos cosos:
Hola, pequeños césares de Macondo. Y de la “madre patria”, que introdujeron el desorden. Los que van a morir, no los saludan. Más bien les retiramos el saludo y la mirada, como hacen los indígenas del Cauca cuando son agredidos.
Ante todo, los miuras colombianos guardamos un semestre de silencio y expresamos nuestra solidaridad con nuestros colegas los astados de todo el mundo que el año pasado y éste, perdieron y perderán no solo la vida sino la estética, porque nada más feo que un muerto desorejado. (Lo único rescatable de estas “fiestas” serían las espléndidas crónicas de algunas plumas mercenarias que se orgasmean hablando de la corrida tal).
Por enésima vez, invitamos a los alcaldes que en el mundo son, a que muestren su sensibilidad social prohibiendo la entrada de trago a los tendidos, si no son capaces de cerrar las plazas como lo hizo Petro durante su alcaldada, perdón, alcaldía. La prohibición del trago, sería otro paso histórico, incruento, para acabar con esta bárbara costumbre que no sabemos por qué nos recuerda el circo romano. Corrida sin trago es como amar sin amor, jugar tenis sin pelota como en la película “Blow up”. O asistir a una corrida de toros con gallos de pelea.
Si la paz con las Farc está de un “cacho” y con el Eln también tampoco, y perdón por utilizar nuestro entrecomillado apéndice para este paralelo, si la paz está a la vuelta de la esquina, ¿qué nos pasa que no acabamos con esta guachafita de las corridas? Oslo nos espera con otro Nobel a la sensatez.
Pensando con las ganas, sería preferible que los matadores primermundistas permanecieran en España, y se fueran “a” de tapas por tascas madrileñas en vez de darnos con su perverso arte en nuestras propias barbas.
Notificamos “urbi et orbi” que los toros preferimos terminar en bisté a caballo y no dando la vuelta a ningún ruedo, así García Lorca haya dicho que ninguna fiesta más rodeada de belleza que ésta en la que perdemos la vida para que nuestros antagonistas engorden sus cuentas bancarias. Menos poesía y más respeto por nuestros derechos humanos taurinos es la consigna.
La cita de Federico, como le dicen, la hizo el entonces presidente Gaviria la vez que en Palacio le entregó la Cruz de Boyacá a su tocayo César Rincón, quien pasó de sacrificar toros a hablar sobre nosotros a través de la radio.
“La muerte luce el pretexto para que la vida se afirme”, dijo un tanto cantinflescamente el mandatario del revolcón en honor de Rincón quien les enseñó a los españoles cómo fajarse en el ruedo. No nos alegra pero sentimos un fresco cuando vemos que los liberales están “fúricos” con él para dividirlos en este trepequesube electoral que padecemos. Así se está petaquiando la candidatura de Humberto a quien ojalá no le gusten los toros…
Ese aciago día palaciego un contingente de tiras del DAS se ubicó cerca del presidente y doña Ana Milena, su mujer, y otro al lado de los delfines Simón y María Paz, para evitar que fueran desorejados.
Para proteger sus apéndices auditivos, el periodista de Chinchiná, Caldas, Leonel Toro cubrió la condecoración por entre las cortinas de los salones Amarillo y de Credenciales, convertidos en coso político-etílico-taurino-social.
Aquel precepto, más pragmático que cristiano de no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti, es válido también con nosotros pues desde que nacemos nos entrenan para que nos pongamos bravos y nos hagamos matar.
¿Por qué no nos adiestran para la vida, en vez de para la muerte, y de paso aplican esta estrategia en la vida cotidiana del bobo sapiens? Si quisieran, con nosotros podría empezar la cultura de la vida para oponerla a la incultura de la muerte.
Piensen los señores de la muerte, alias toreros, en lo ridículo que se ven metidos dentro de un traje de luces tan apretado que se les marca notoriamente la “petit différence” anatómica que natura les dio, para locura y carnaval de los peinadores de las reinas de belleza. Y de las reinas de belleza, claro.
¿Qué será de las venideras generaciones con nuestros muchachos tratando de hacerse toreros en vez de estudiar para oradores, modelos, politólogos, gramáticos, corrupticos de primer y último semestre, periodistas y periodistos, presentadoras de farándula, literatos, futbolistas o ciclistas que son las profesiones que le han dado renombre al país?
No vamos a censurar a los caballos que también son adiestrados para formar parte de la fiesta que llaman brava. Allá ellos con el libre desarrollo de su personalidad.
Informamos a los aficionados de sol y sombra y a los eternos figurones de callejón, que nos hemos declarado en asamblea permanente y que estaremos definiendo en breve la hora cero para entrar en cese de cuernos caídos y no embestir más.
Con los que nos viene pierna arriba no dan ganas de desear ningún feliz año. Nos abrimos. Cambio y fuera.
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