En 2018 no adjudicaron el Nobel de Literatura porque descubrieron casos de abusos sexuales y corrupción en la encopetada Academia Sueca.
Aproveché la coyuntura para otorgárselo, post mortem, a Jorge Luis Borges, quien hace 40 años pasó por aquí. Para recordar la visita, Ediciones Unaula en gavilla con la Biblioteca Piloto y Confiar Cooperativa, acaban de publicar un artístico libro con textos y fotos de Jairo Osorio: Borges Personal.
Y como soy generoso con lo ajeno también adjudiqué el primer Nobel de Lectura a los Abuelos Cuenta Cuentos de Medellín.
El nombre se escogió para honrar a esos veteranos que desde siempre les han leído a sus nietos. Esa modalidad, originaria de Alemania, pegó tanto que la Alcaldía decidió replicarla en la red de bibliotecas.
Mal contados, hay unos 200 abuelos lectores. Se han vuelto necesarios como el perdón y el olvido.
Estos apóstoles del evangelio de la palabra leída encantan en sitios como la Escuela Panamá, Clínica Bolivariana, los Buen Comienzo del Coco, Barrio Cristóbal, Belencito Corazón, Senderos de Luz, el Sena… En El Salvador los esperan como los novios su noche de bodas.
Desde hace doce años cuando el programa empezó en La Floresta, entregan el maná de la lectura a un popurrí de agradecidos y variopintos oyentes.
Los voluntarios dan de lo que no tienen y se financian pasajes y refrigerio. Aman su destino de cumplir la obra de misericordia de leerle al que no puede. El salario lo reciben en la felicidad que ven dibujada en el rostro de sus escuchas.
Algunos prefieren leerles a colegas de Borges en cuyos ojos se hizo el silencio de luz. Muchos ciegos se mamaron de las voces planas e insípidas de los audiolibros.
Rosa María Arroyave Martínez es la abuela fundadora. Estudió expresión corporal y modulación de la voz. Después de hacer todos los demoledores oficios domésticos deja el arroz en bajo y a leer, parceros. Descansa compartiendo con su prójimo, “una forma de alcanzar la inmortalidad”.
María Elena Montoya estudió cuentería en la Fundación Viva Palabra. Reencarna en campesina antioqueña para contar cuentos de Cosiaca y textos adaptados por J. Villaza, de Viva Palabra.
Mercedes Arango, otra abuela lectora, afirma que “cada libro es una especie de juego de muñecas rusas que se meten unas dentro de otras. Cada texto que leemos nos abre múltiples posibilidades”. Escribe de maravilla pero no lo acepta. En el Gimnasio Caycedo les escribía cartas de amor a sus compañeras. Casó hartas. Unas bien casadas, otras no tanto.
José Antonio Arenas, profesor del colegio Calasanz durante 39 años, es de la cofradía. Lo mismo el abuelo boyacense Johan Vives, de 25 abriles.
Cualquier mortal puede ser abuelo lector. Interesados favor pasar hoja debida. Los abuelos servimos hasta para remedio así yo haya sido destituido como lector de mis nietas. Era el primero en dormirme.
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