Nací en una ciudad conservadora, reconocida por sus principios religiosos, su ortodoxia y gran ascendencia católica. Capital de toreros y manolas, dominada por la sociedad burguesa, donde las libertades personales no tienen un espacio en la mesa para ser debatidas.
Recuerdo que mi primer encuentro con el feminismo fue en el colegio. Estábamos en clase de educación física y no entendía por qué las niñas no podíamos jugar fútbol como los niños. Ya que hacía parte del grupo de coeducación del salón y con la rebeldía que me caracteriza y la vena sindicalista que heredé de mi bisabuelo, comencé una protesta contra el profesor, exigiendo los mismos derechos que tenían los hombres. ¿El desenlace? Salimos victoriosas. A través de experiencias como esta entendí que soy una mujer feminista y que por más prejuicios que existan alrededor de esta palabra, deseo que exista la equidad de género entre hombres y mujeres.
Aunque mis papás no me quisieron menos por haber nacido mujer, ni en el colegio me limitaron por serlo, así empecé a ver la vida, a través de unas gafas redondas y rosadas que tuve que usar desde que tenía 4 años, deseando la igualdad y odiando las injusticias, en una ciudad de extrema derecha, medio machista y reconocida por su imponente catedral y por las lindas mujeres manizaleñas, esas mismas mujeres que solo pudieron votar por primera vez el 1 de diciembre durante el llamado plebiscito de 1957. Y esto no es algo para enorgullecernos precisamente, pues Colombia fue uno de los últimos países de América en concederle derechos políticos a las mujeres. Inclusive en la actualidad, la participación de la mujer en los cargos de elección popular es menor al 30%.
La situación de desigualdad de la mujer se ha vivido en el mundo entero durante siglos. Por ejemplo, aún existen países en donde la supremacía masculina no permite cambio alguno, donde todavía se permite el matrimonio infantil e inclusive en África, se practica la ablación del clítoris con la fuerte convicción de que extraer este miembro reduce la libido de la mujer y elimina la tentación de relaciones extraconyugales. En mi opinión, esta es una de las formas más aberrantes del machismo.
Sin embargo, el nuevo siglo trajo a las mujeres al poder. Angela Merkel, líder alemana, ha estado dirigiendo el país desde el 2005; Theresa May, es la primera ministra británica; y Sharice Davids y Deb Haaland, son las primeras mujeres nativo americanas que llegan al congreso en Estados Unidos, sin olvidar el resto de mujeres que este año hacen historia en las elecciones de ese país.
Hemos obtenido avances, pero no esperemos que pasen más años para que una mujer pueda recibir el mismo salario que un hombre por el mismo trabajo y evitemos que más niñas sean forzadas a casarse, aun siendo niñas, porque es nuestro derecho que podamos tomar decisiones sobre nuestro propio cuerpo. Luchemos para lograr la equidad con la que soñamos.
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No esperemos que pasen más años para que una mujer pueda recibir el mismo salario que un hombre por el mismo trabajo.
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