El pasado 17 de marzo se celebró el Día Mundial del Sueño, establecido hace 9 años, por la Asociación Mundial de Medicina del Sueño; el lema de este año es ‘dormir profundamente nutre la vida’ y se entiende como una oportunidad para destacar la importancia del sueño y del descanso en la salud. Leer las recomendaciones sobre este tema me llevó a una reflexión más profunda sobre el ritmo al que a veces nos vivimos la vida, confieso que debo empezar por mí, porque podría encabezar la lista de los que tenemos alguna dificultad para ir más despacio, aplazar o declinar algunas cosas y dedicar tiempo para un poco de ocio. En este ejercicio encontré una entrevista con Carl Honoré, autor del ‘Elogio de la lentitud’, que dice: ‘Creo que vivir de prisa no es vivir, es sobrevivir. Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida... Hay que plantearse muy seriamente a qué dedicamos el tiempo. Nadie en su lecho de muerte piensa: ‘Ojalá que hubiera pasado más tiempo en la oficina o viendo la tele’ y sin embargo, son las cosas que más tiempo consumen’. Esto me recuerda una carta que escribió mi hermano mayor a los 39 años, justo antes de morir, después de una impresionante cirugía de corazón en Suiza: ‘Hice todo lo que quise, conseguí éxito profesional y dinero, pero no sé si dediqué tiempo suficiente a las personas que más quería’, tenía una hija de dos años a la que no vio crecer. Cuántos de nosotros invertimos más tiempo de la cuenta trabajando y haciendo cosas que, al final del día, no agregan mucho valor a nuestro bienestar, al de las personas que nos rodean y a nuestra propia felicidad.
Honoré dice que, la mejor forma de aprovechar el tiempo, no es hacer la máxima cantidad de cosas en el mínimo de tiempo, sino buscar el ritmo adecuado de cada cosa y yo agregaría que, de acuerdo la importancia que tenga para nosotros. Probablemente algunos consideren que lo importante es llegar rápido, mostrar resultados, ser los primeros; sin embargo, el balance de este tipo de carreras contra el tiempo, casi siempre demuestra, como en el caso de mi hermano, que no hicimos lo que de verdad queríamos, porque además ni siquiera tuvimos tiempo para hacernos la pregunta. Ahora bien, si la prioridad es tener el mejor desempeño y ser más productivos, como personas, como organizaciones y como sociedad, la respuesta es bastante simple ‘hacemos las cosas mucho mejor cuando estamos descansados, cuando tenemos la mente despejada, cuando nos hemos tomado un tiempo para descansar o para hacer otras cosas que nos encantan. La mejor forma de solucionar un problema o generar nuevas ideas, es hacer un alto en el camino, cambiar de actividad, tomarse un tiempo para relajarse y de pronto parece que la mente se va aclarando y encontramos la respuesta.
Qué pasaría si en vez de seguir llenando la agenda con todo lo que tenemos que hacer, empezáramos a abrir espacios para lo que hemos descuidado, cómo sería un día en el que, en cambio de trabajar 12, 14, 16 horas, tuviéramos espacios para lo que nos hace sonreír desde el corazón ¿Será que tener una mejor convivencia en nuestras familias, instituciones y en la comunidad, podría estar relacionado con la capacidad que tenemos para descansar y dedicar tiempo a lo que mueve nuestro corazón? Tal vez seríamos más felices si fuéramos un poco más libres y menos esclavos de muchas cosas y si nos sintiéramos más felices, seríamos más amables y tal vez nos daríamos cuenta que, alrededor nuestro hay personas que la están pasando mal o que nos necesitan o que tienen ideas y opiniones valiosas. No estoy diciendo que haya que bajarle la velocidad a todo y que, a veces no sea necesario ir más rápido, pero estoy de acuerdo con Carl Honoré, cuando dice que es necesario introducir más juego y risa en nuestra vida cotidiana, porque la aceleración nos hace perder el verdadero sentido de la vida.
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