Según el informe 2018 de Transparencia Internacional sobre el Índice de Percepción de Corrupción, Colombia pasó del puesto 90 al 96, entre 180 países. Los mejor calificados son Nueva Zelanda, Dinamarca, Finlandia, Noruega y Suiza; Uruguay y Chile tienen los primeros lugares en América Latina; mientras que, Venezuela y Haití están en los últimos. Con el panorama actual del país, este es uno de los grandes retos para el nuevo presidente. Andrés Hernández, director de Transparencia por Colombia, hizo tres recomendaciones para el nuevo gobierno: Transformar el sistema político y ejercicio del poder, recuperar la legitimidad de la justicia y lograr sanciones efectivas, romper con el clientelismo en el empleo público y la contratación. Esta es la vía del estatuto anticorrupción que se votará el próximo 25 de agosto, contra el cual no tengo ningún argumento y creo que es un paso para avanzar; sin embargo, considero necesario ampliar la mirada y enfocarse además en soluciones estructurales que permitan construir un país donde la ética y el desarrollo vayan de la mano.
En la conferencia internacional sobre las Dimensiones Éticas del Desarrollo -Brasil 2003-, el primer ministro noruego, Kjell Magne Bondevik (1997-2000 y 2000-2001), dio tres razones por las cuales la ética debe ser base del desarrollo de nuestras políticas públicas: 1) Las tendencias del desarrollo reflejan injusticias en el panorama mundial y local; 2) Las soluciones basadas en conocimientos científicos y modelos de gratuidad no han generado transformaciones duraderas enfocadas en valores distintos al crecimiento económico; 3) No basta tener instituciones y normas jurídicas nacionales e internacionales bien concebidas y eficientes para combatir la pobreza y lograr un desarrollo sostenible. Los gobiernos deben cumplir un papel decisivo frente a la injusticia y la inclusión, responsabilidad ambiental, talento humano y derechos de los trabajadores, creación de espacios de diálogo transparente entre sector público, empresas y ciudadanos, ser modelo de transparencia y lucha anticorrupción. Además, es necesario un compromiso serio de las empresas en términos de responsabilidad social y de la sociedad civil en la creación de valores comunes y confianza.
Podemos entender la ética como seguir las reglas y hacer las cosas bien, lo que sin duda es importante pero no suficiente, porque de nada sirve caminar bien si la meta está equivocada. Necesitamos ir a un nivel más profundo, como dice el profesor noruego Sturla J. Stalsett, preguntarnos ¿Qué es una sociedad buena? Para definirla propone tres valores: Vulnerabilidad, Dignidad y Justicia. Con frecuencia entendemos vulnerabilidad como fragilidad o debilidad, pero realmente es una condición inherente al ser humano, fundamento de la sensibilidad, la compasión y la comunidad, es apertura y reconocimiento del Otro; el derecho que tenemos todos a la protección y a sentirnos seguros, sin vulnerabilidad no hay humanidad. Asociamos pobreza con privación de recursos económicos y necesidades básicas cuando lo importante es la privación de las capacidades para hacer realidad las metas; el respeto y amor a sí mismo, así como la capacidad de reconocer y respetar al otro, hacen parte de esta fuerza interna que es la dignidad humana. Puede haber crecimiento económico, pero si no se respeta ni fortalece la dignidad de las personas, no hay verdadero desarrollo; dignidad que permite verse como persona valiosa aún ante la adversidad. Finalmente está la justicia, entendida no solo como el cumplimiento de leyes que a veces excluyen, deshumanizan y matan, sino como inclusión radical, basada en leyes que sirven a la vida humana, protegen al vulnerable como ser digno y frágil. ‘Un sistema que da prioridad a las leyes económicas sobre la vida humana no es económicamente sostenible ni éticamente legítimo’ dice el profesor Stalsett.
Integrar la ética y los valores en el desarrollo y la conversación sobre temas económicos no es una norma, tampoco es magia, es un proceso que implica reflexión y autoevaluación, educación y formación integral de todas las personas, empezando por la familia y los niños, con participación de todos los actores, gobierno, empresa y sociedad civil, en un diálogo que invite al reconocimiento y valoración del Otro, que fortalezca la confianza y promueva el compromiso colectivo en función de un propósito común: Construir juntos una buena sociedad o una buena vida para todos.
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