La semana pasada, un querido amigo hizo una publicación en Facebook manifestando su predilección hacia el candidato Fajardo. En el foro, un simpatizante de la campaña de Duque escribió que el problema de Fajardo era su fórmula vicepresidencial: “gritona como una verdulera, populista, grosera y sin ideas”. Ese juicio de valor sobre Claudia López me motivó a participar en la discusión manifestando que el tonito es uno de los argumentos clásicos en contra de la participación política de las mujeres, así como, la forma de expresión, los constantes agudos, la manera de subir la voz. También dije que el oficio de vender verduras es una actividad digna, que no había razón para usarla de manera peyorativa. El militante del Centro Democrático borró la discusión y, posteriormente, volvió a comentar con una idea sobre cómo el tono de Claudia López ahuyentaría la inversión en Colombia. Justificó haber eliminado los comentarios anteriores porque el tema se había desviado hacia el feminismo, que ese no era el sentido del debate y que, por lo tanto, el rumbo debería retomarse hacia los aspectos económicos y dejar de lado los derechos de las féminas.
"En lo relativo a silenciar a las mujeres, la cultura occidental lleva miles de años de práctica" Dice Mary Beard en su libro “Mujeres y poder, un manifiesto”. También reseña Beard que un argumento clásico en contra del discurso público femenino es el tonito; cuenta que Margaret Thatcher tuvo que reeducar su voz, demasiado aguda, buscando un tono más grave porque sus consejeros pensaban que su expresión chillona, de señora, le restaba autoridad.
En este contexto, es común oír, como si fueran argumentos, que tal o cual mujeres es una gritona: “ella es buena pero no me gusta el tonito”, “tiene razón pero lo dice con mucha vehemencia”. Paradójicamente, algunos de los que se molestan cuando alzamos la voz, encuentran que los discursos impetuosos de los varones son un ejemplo de fortaleza, liderazgo e inteligencia. Recuerdo un dirigente gremial caldense que decía que en la región se había perdido el liderazgo porque ya no se daban discursos con vibrato, habilidad que él ejecutaba a la perfección. Por eso no es de extrañar que la gente encuentre molesto el discurso de Claudia López y no el del ex presidente - senador que usa el megáfono como un culebrero y que se refiere a los miembros de la Fiscalía como "esos hijueputas" o que amenaza a la gente con: "sí lo veo le voy a dar en la cara, marica." No se me escandalice querido lector porque cito groserías, ¿si lo dice un ex presidente, dónde está el problema en que lo repita yo? ¡Ah verdad! A las mujeres se nos oye feo subir el tono de la voz, ser enfáticas, gritar y decir malas palabras. Es que todavía hay muchos y muchas que creen que: "calladitas nos vemos más bonitas". Si esas actitudes en un hombre no afectan en nada su participación en política, tampoco deberían ser un obstáculo para las mujeres.
Plantea Beard que hay que buscar alternativas y herramientas para hacer que las reglas que rigen las intervenciones retóricas sean más femeninas. Necesitamos "cierta sensibilización sobre lo que entendemos como 'voz de autoridad' y cómo hemos llegado a crearla" Esto resulta un gran reto mientras se siga pensando que una mujer que opina con vehemencia es una gritona sin ideas ni argumentos válidos, o que las consideraciones sobre la participación política femenina se reducen a una expresión del feminismo radical y, por lo tanto, deben ser suprimidos de las discusiones sobre los temas del debate público en los que los hombres, con autoridad, quieren adentrarse.
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