La maquinaria y el clientelismo acaban de elegir a 102 senadores y 166 representantes a la Cámara. Una inmensa minoría de candidatos serios, comprometidos con proyectos sociales logró salir victoriosa.
Este resultado es la radiografía del nivel al que ha llegado la participación política y el ejercicio de la democracia electoral en todo el país. Los partidos ya no representan a sus seguidores, no son grupos de presión para reclamar decisiones que interesen a todos; es más, ni siquiera tienen interés de exigir a sus elegidos una conducta uniforme frente a su programa, pues no tienen programa. No hay debate al interior sobre las necesidades comunes. Si algún partido tiene alineadas sus fuerzas, es para defender lo que interesa al jefe no a la sociedad. En esta campaña los clanes familiares, los barones electorales y los jefes locales salieron rabiosos a defender sus feudos; cada candidato salió con su clientela y movió su maquinaria.
Hoy la política se practica al detal. Desde el Ministerio de Hacienda se negocia individualmente y por debajo de la mesa la “mermelada”; cada parlamentario untado sale a negociar con gobernadores, alcaldes y contratistas lo que le correspondió de los cincuenta billones que le birlan al presupuesto anualmente. A una vereda de Nariño, Cundinamarca o Chocó llega un contratista de Guajira, Antioquia o Santander a ejecutar cualquier obra que le contrataron en Bogotá.
Los partidos ya no son interlocutores del interés ciudadano, no discuten seriamente sobre políticas públicas, no son protagonistas del debate nacional. Sus organizaciones son débiles, sus directivos correveidiles del jefe, cuando lo hay. La credencial individual es la que manda e impone condiciones. La política se redujo al interés y las mañas del “Honorable”.
De otra parte hay organizaciones sociales (empresas, gremios, cooperativas, asociaciones y confederaciones) de toda índole y de todo tipo, que financiaron esta campaña y comprometieron a algunos parlamentarios a defender sus intereses en el futuro trámite de las leyes.
Después de las elecciones, el ciudadano del común no tiene quien lo represente.
Frente a estos hechos, los candidatos a la presidencia deben plantear públicamente cómo será su interlocución con el Congreso elegido; declarar si en su relación con los “congresistas lobistas” prevalecerá el interés de aquellos que los financiaron o el de toda la sociedad; si la mermelada seguirá imponiendo el ritmo de la relación; y la calidad del diálogo que sostendrán con los partidos políticos para cumplir las promesas de campaña y ejecutar su plan de desarrollo.
Solo así, toda la sociedad estará justamente representada en las decisiones de Estado que se impongan para alcanzar los cambios requeridos.
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