También asumo la defensa de las universidades públicas. Tengo claro que lo público -sin identificarlo meramente con lo estatal ni referirlo únicamente a lo físico-espacial- es aquello que podemos usufructuar en virtud de que formamos parte de una comunidad y, en consecuencia, lo que nos corresponde cuidar de manera colectiva. Lo público no es tierra de nadie; pero ahí está lo que somos y tenemos en común.
En la universidad pública (aunque hay que considerar a todas las universidades, sin excepción) se dan todas las posibilidades de reconocernos como una nación, es un amplio territorio de derechos y obligaciones que provienen de la membresía que hemos construido.
Pensar en una universidad pública también es hacerlo desde la ya vieja relación entre el poder y la virtud. La política como vocación es la conferencia que Max Weber, le dio a la Libre unión de estudiantes de Baviera en 1919, epicentro de la agitación revolucionaria entre izquierdistas y derechistas. Allí dejó con claridad la diferencia entre dos tipos de ética: la ética de la actitud y la ética de la responsabilidad. La primera refiere el hecho de que los ciudadanos actúen considerando sus principios morales como puros, quizás pensando en el adagio romano “Fiat iustitia pereat mundus” (“Que se haga justicia, aunque perezca el mundo”). Con la segunda, Weber pensaba en que se debe actuar pensando siempre en los medios y en las consecuencias probables.
Me sirve Weber para pensar y preguntarles a estudiantes y profesores de las universidades públicas, si sus protestas (que con razón hacen y los acompaño, aunque debo decir que no comparto las vías de hecho) están diseñadas de manera consciente pensando en la idoneidad de los medios que llevan a cabo respecto del último fin deseado: conseguir que el Gobierno cumpla con su deber de disponer de los recursos suficientes para su adecuado funcionamiento. Por ejemplo, pregunto ¿qué tan deseable, acertado y útil es llevar las protestas hasta permitir que cancelen o suspendan el semestre académico?; incluso, ¿qué tan deseable y efectivo es hacer una huelga de hambre? Este ayuno voluntario ¿no anquilosaría de alguna manera la protesta? Lo digo porque yo mismo conversé con muchos profesores de la U. de Caldas, y no le veían sentido a este hecho. O, se debe entender que con estas formas de llevar la protesta hasta el límite ¿hay una intención clara de dejar ver una actuación moralmente pura?, ¿es tan pura la moral de los manifestantes como para buscar que se financien las universidades públicas, así se caiga el mundo? ¿Son las universidades públicas la única razón de ser de una nación?
No sobra decir que hoy, más que nunca proliferan las incertidumbres. Nos movemos en el terreno de lo empírico, de la verdad desordenada, caótica, confusa: ¿quién tiene la verdad? Por ejemplo, en el punto 5 del comunicado que publicaron los estudiantes y profesores, el pasado martes 6 de noviembre, cuando se levantaron de la Mesa en la que se supone estaban “dialogando” se lee: “El Viceministerio (sic) solicita la revisión de las cifras frente al déficit presupuestal presentado en la Mesa, pues plantea que dicha información contiene diferencias con otras conocidas por el MEN en los consejos superiores de las universidades”. Qué extraño: ¿estudiantes y profesores se sentaron a esta Mesa manejando información distinta de la que se maneja en los consejos superiores? O ¿los rectores, voceros de los organismos superiores están suministrando una información distinta al MEN, a sabiendas de que en estos entes, también hay representantes de los discentes y de los profesores? Alguien le falta a la verdad.
Me parece que estudiantes y profesores deben volver a clases, y convertir éstas en mesas permanentes de estudio de la situación de la grave crisis por las que pasan las universidades públicas. Deben ser conscientes de que corren un gran riesgo moral: ser responsables del daño y el sufrimiento que pueden acarrear las actuaciones no diseñadas de manera razonable, es decir, sin ningún tipo de sindéresis.
Recuerdo la máxima que se le atribuyó a Goethe de que “cada generación ha de escribir su propia historia.” ¿Serán capaces, estos jóvenes estudiantes y profesores, de hacerlo?
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