El presidente López Michelsen (1974-1978) hacía gala de un humor ácido, sutil, fino…, muy al estilo de su formación académica y humanística en Francia e Inglaterra (El humor inglés, flemático y profundo, es un referente universal); y en el centenario claustro del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, del que después fue profesor de Derecho Constitucional. El sentido del humor del estadista bogotano tenía también el sello del viejo y señorial sector de La Candelaria, ahora convertido en refugio de artistas, poetas e intelectuales bohemios, y de universitarios provincianos. En épocas ya lejanas, el santafereño de rancia estirpe tenía modales finos y ademanes casi solemnes. Y exhibía exquisita galantería, elegante atuendo y cultura de temática diversa. Por esas condiciones era llamado glaxo, que según el Diccionario de Colombianismos quiere decir “filipichín, petimetre, azuceno”. Ese glaxo se caracterizaba por el finísimo humor cachaco, que hizo carrera literaria con los gracejos y calambures de los ingeniosos bogotanos que integraron la Gruta Simbólica, tertulia bohemia de principios del siglo XX, de la que participaron figuras estelares de las letras colombianas. Esa clase de humor define las personas, las situaciones y las cosas con sonrisas cáusticas, pero no hirientes.
Entre la infinidad de apuntes que dejó el presidente López a través de contertulios ocasionales y cercanos amigos y colaboradores, dijo cuando regresó del exilio en México para fundar el Movimiento Revolucionario Liberal, MRL, cuando ya era largo de 40 años de edad, que él era “una solterona de la política”. Y ante la oposición de algunas señoras conservadoras muy influyentes a sus tesis de avanzada política y social, las llamó “faldas asustadas”. Y tiempo después de terminado su mandato dijo que los expresidentes eran como “muebles viejos”. Trasladado el símil a lo cotidiano, tiene variadas connotaciones, según los muebles viejos sean ordinarios o clásicos. Los primeros son los que desechan las familias cuando estrenan vivienda y cambian el menaje; y los otros se encuentran en museos, castillos y palacios, que hacen parte de la historia de otras épocas. Los ordinarios terminan en los mercados de las pulgas, en la finca de recreo o se regalan a parientes o amigos. Y los clásicos se conservan con reverencia en salones acordonados, con placas que identifican su origen y no se les pueden tomar fotos y menos acostarse o sentarse en ellos. Los expresidentes, en Colombia y en muchas otras partes, que para mayores complicaciones institucionales son cada vez más numerosos y jóvenes, porque las tendencias políticas cambiaron la sabiduría por la audacia, todos se consideran ellos mismos “muebles clásicos”, de larga permanencia histórica, aunque mejor servicio prestarían alimentando el fuego de fogones de leña.
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