Don Simón Díaz Osorio, el inolvidable profesor del Instituto Universitario y otros colegios de Manizales, oriundo de Jardín, Antioquia, a quien recordamos los de mi generación con admiración y cariño, era reconocido por su sabiduría. Humanista de largo alcance, a quien se le endilgaba el título de “enciclopedia ambulante”, nominalmente dictaba biología. Pero sus clases volaban por los espacios de sus conocimientos. Comenzaba la clase hablando de estambres y pistilos, del polen y otros fenómenos de reproducción de las plantas (entonces el tema del sexo animal era vetado) y terminaba en la Muralla China, en el porqué de las vacas sagradas en la India, en las enseñanzas de Confucio o ajustaba los talones, se ponía la mano en la sien, en actitud militar, y arrancaba a rajar del general Rojas Pinilla, dictador gobernante en la época que recordamos. Don Simón, refiriéndose a los numerosos estudios que para cada problema nacional suelen hacerse, y cuyas soluciones embolata la burocracia, solía decir que “los funcionarios públicos son muy brutos, porque estudian mucho y no aprenden nada”. No había planeación y eran normales las “sinfonías inconclusas” (obras que quedaban empezadas).
La razón se le da a don Simón cuando la alta burocracia toma decisiones absurdas, porque tienen el respaldo de un jefe político que les avala todas las bestialidades que cometen; o porque alcanzaron sus posiciones en elecciones populares y cuentan con un período fijo que les garantiza estabilidad. La ausencia de ética y de vocación de servicio ha sido sustituida por requisitos legales asociados a la acreditación de títulos, sin importar que el aspirante haya pasado por las universidades sin pena ni gloria. Como en el símil que explica la inmaculada concepción de la Virgen con la piedra que se tira al lago, se sumerge y de inmediato se cierra el agua nuevamente, algunos egresados de prestigiosas universidades, nacionales y extranjeras, se lanzaron al mar del conocimiento, a veces con el flotador de un compañero “nerd”, y emergieron sin haber tragado gota de agua. Pero la sola mojada es suficiente para que se le acredite un diploma que, sumado a otros de idéntica procedencia, expedidos por universidades de dudosa acreditación, sirven para aspirar a un elevado cargo, a dictar providencias absurdas, como las que imponen comparendos a poetas que venden versos en la calle. Y hacerlas cumplir a trocha y mocha, porque de eso depende ganar peldaños en la escala burocrática. Y a la hoja de vida se le agrega la “experiencia” en cargos de “responsabilidad”. Las comisiones que destina el gobierno para dialogar con comunidades amotinadas, para resolver gravísimos problemas sociales, son inútiles, porque el motín se levanta, pero el acuerdo no se cumple. Y al año, vuelve y juegan el paro y la pedrea, cuando los comisionados ya están en otro puesto, con los mismos títulos académicos, más experiencia en “solución de conflictos”.
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