Revelaciones científicas, que el hombre del común no entiende, indican que los frecuentes temblores que suceden en América del sur se deben a que esta tierra es muy joven, y apenas se está acomodando. Tales noticias tienen que ser admiradas y acatadas porque los legos no las entienden; y contradecirlas sería irresponsable. Esa idea explica por qué en el viejo mundo (Asia, África y Europa) no se registran sismos con la frecuencia que se dan en América, donde cada día se produce la noticia de un movimiento telúrico de intensidad variable, a lo que estamos tan acostumbrados que ya no causan alarma; y apenas son noticia cuando se pierden vidas y hay notables daños materiales.
En África el fenómeno es que la tierra envejeció pero la política y la cultura de los pueblos no madura, porque los conquistadores europeos no lo permitieron, mientras saqueaban sus riquezas. En algunas regiones insulares, volcánicas por naturaleza, las erupciones y temblores son permanentes, lo que explica la agilidad con que sus habitantes mueven las caderas, como cultores de las danzas más frenéticas. Esta teoría es cosa del columnista, que se atiene al principio de que “el que no sabe de nada, teoriza sobre todo”. De ahí los “ingenieros” y “geólogos” que le han resultado a Hidroituango; y los “abogados” que aparecen para cuanta cosa se discute, que tiene injerencia en el orden legal, como la JEP.
Retomando la idea de la “juventud” de América, algo semejante a los temblores sucede con las políticas de Estado y con la manoseada democracia, que, como la tierra, apenas se están ajustando, como acogidas a la premisa poética de que “…la vida es cosa vana, variable y ondeante”. El espectáculo de las campañas políticas, como la que se avecina en Colombia, tiene de sainete y tragicomedia, con actores improvisados, escenografías de cartulina, libretos cantinflescos, vestuarios ordinarios y más pases de favor que boletas compradas.
Enconados enemigos en la anterior campaña presidencial, ahora andan de “pipí cogido”, en unas coaliciones inexplicables desde la lógica y la ética, como si las placas tectónicas de los grupos políticos se reacomodaran, para elevar su volumen electoral y que sobre ellas pueda encaramarse un ganador que garantice a los otros el reparto milimétrico de la burocracia y los presupuestos. Sobre todo de éstos. Ahí es donde muestran el cobre los “inmaculados”, sacian sus venganzas los resentidos y calman vigilias los desplazados del poder, para que sumados sus efectivos electorales se reconquisten los tronos perdidos, se logren viejas ambiciones y se saquen espinas de anteriores derrotas. Después vendrá otro proceso semejante, porque el Estado y la democracia, como la tierra, apenas se están acomodando.
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