En las altas esferas oficiales se manejan las cosas que tienen que ver con la comunidad con la frialdad de las estadísticas, que convierten a los seres humanos en unidades de procesos matemáticos. Con muy pocas excepciones, los altos funcionarios, y su séquito de asesores, programan los presupuestos asignados a la atención de necesidades de la población con rigor científico o cálculos financieros y actuariales, más que con lógica humana. La salud, por ejemplo.
La Ley 100 la ideó en el Congreso Nacional el entonces senador Álvaro Uribe Vélez, en asocio con su amigo, el médico y también político Juan Luis Londoño, malogrado en un accidente aéreo. De las buenas intenciones de los creadores del sistema nadie duda. Pero como “hecha la ley hecha la trampa”, los vivos de siempre, entre ellos políticos regionales, vieron que ahí había “billete”, y ¡vamos por él! Mientras se persigna un cura ñato se creaba una EPS, ésta enganchaba una red de promotores de afiliaciones, que procuraban coger paquetes de empresas y entidades, comenzando con las manejadas por los amigos de los políticos; y hágale a recaudar cotizaciones, sin saber cómo iban a prestar los servicios de salud a los cotizantes.
Y después, para peor, cuando las EPS hicieron contratos con los prestadores de servicios de salud (hospitales, clínicas, laboratorios, etcétera) comenzaron a acumular deudas con éstos, que quebraron a muchos. Y los pacientes, a los que se les descuentan rigurosamente de sus ingresos las cotizaciones al sistema, implorando por una cita médica, por la entrega de medicamentos, por la autorización de una cirugía o de unos exámenes especializados y soportando la arrogancia, impotencia o ineficiencia de los funcionarios de las EPS, o la cantinela de la línea 8000: “Número de documento, marque 1 para citas médicas, no hay autorización todavía, con ese doctor no hay agenda, siga llamando…”.
Y, mientras tanto, el superintendente de salud y los altos ejecutivos de las EPS, desde las frías alturas de sus despachos (y de sus altos sueldos), hacen movidas chuecas, como la actual de Medimás; el flamante exministro, representante de las EPS, intriga a su favor moviendo fichas políticas; las mamás lloran por las drogas que necesitan sus hijos; los viejos se maluquean en las salas de espera; clínicas, hospitales y laboratorios suspenden servicios por falta de pago; médicos, enfermeras y auxiliares tiemblan por la estabilidad de sus puestos y el sistema de salud, que sin exagerar se puede tildar de criminal, como los pacientes, no parece tener remedio. La pregunta “del millón” es: ¿Qué hay detrás de todo eso?
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