La caficultura, iniciada a finales del siglo XIX, se desarrolló en Colombia en pequeñas parcelas y tomó auge hasta convertirse en el producto agrícola más relevante de la economía colombiana, por mucho tiempo impulsor del desarrollo nacional, gracias a las divisas que genera su exportación. Y fueron las regiones cafeteras las de más alto nivel de vida y mayor cobertura en servicios públicos, salud, vivienda y educación, especialmente después de que se creó la Federación Nacional de Cafeteros -FNC- en 1927, entidad reguladora del mercado y promotora del crecimiento de la producción y del bienestar del campesino cafetero, a través de los comités departamentales y municipales, que cumplen con eficiencia esta labor.
El café fue, pues, la “vaca lechera” de la economía nacional. Al frente de sus destinos estuvieron personajes ejemplares, por su capacidad ejecutiva, visión de negocios e intachable desempeño. Tres de ellos fueron fundamentales: inicialmente, Mariano Ospina Pérez, un estadista con vocación agrícola, después presidente de la república (1946-1950), una de cuyas propuestas, en apariencia elemental, pero práctica, era la huerta casera, para que se produjeran en los solares de las casas frutas, verduras y hortalizas. Con el tiempo, los solares desaparecieron y los productos mencionados los venden enlatados.
Después, Manuel Mejía Jaramillo, un empresario que se quebró comprando café para exportar, pero que supo aprovechar bien la experiencia personal en beneficio del gremio, hasta convertirse en “Mister Coffee”, así reconocido internacionalmente. Y Arturo Gómez Jaramillo, sucesor del anterior y su discípulo, quien, como don Manuel, estuvo varias décadas al frente de la institución.
Para proteger el precio del grano de los vaivenes del mercado se creó el Fondo Nacional del Café, cuya administración ha sido confiada a la FNC. La idea era mantener una liquidez que permitiera salirles al paso a los vaivenes de la cotización internacional, de manera que se mantuviera un precio de sustentación que cubriera los costos y una razonable utilidad para el productor. En algún momento, las directivas de la FNC se desviaron de este objetivo, para hacer inversiones diversas con la plata del Fondo Nacional del Café, que resultaron fallidas. Esa aventura salió del bolsillo de los cafeteros.
La situación actual es que Colombia ya no es el segundo productor mundial de café; la calidad se desmejoró para hacer volumen, haciendo, de paso, un daño ecológico inmenso; la voracidad de las multinacionales comercializadoras se queda con la parte del león en el negocio; y aparecieron plagas que requieren tratamientos costosos. Pero el productor está ahí, aferrado al café, porque es su vocación. Y para Colombia, especialmente para algunas regiones como el Eje Cafetero, el café es un símbolo; se eligen reinas en su honor; inspira piezas musicales; patrocina eventos deportivos internacionales…; y el tinto mañanero les pone pilas al trabajo y a la inteligencia de los colombianos.
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