En el ejercicio de control político de la Duma departamental, Luis Roberto Rivas, gerente de la Industria Licorera de Caldas, rindió el miércoles pasado su informe de gestión. Y las noticias son sorprendentes: mostró una empresa totalmente recuperada, administrativamente renovada, industrialmente a la vanguardia del sector, y con una visión de mejoramiento y crecimiento constante. Mientras él rendía su informe y analizábamos las cifras de los estados financieros, era imposible no traer a la memoria la empresa que hace apenas unos años presentaban como inviable, caótica, irrecuperable y cuya única salida parecía consistir en su enajenación. ¿Es la misma empresa que Bruno Seidel, aliado con Saffón y los gremios caldenses, presentaban como la catástrofe sin posibilidades de recuperación? ¿Es la misma Industria Licorera que estos personajes presentaban como deficitaria, sin futuro, devaluada y arruinada? ¿Es la misma empresa que querían negociar por centavos aparentes?
¡Sí! Es la misma. Solo que ahora está regida por una administración seria, pujante, con visión empresarial, con ánimo de crecimiento y con el espíritu de sobreponerse a las dificultades. Solo que ahora es una empresa con un gran músculo financiero, productivo, comercial e industrial que puede hacerle frente a fuertes competencias y a disposiciones legales que la afectan de manera significativa. Solo que ahora tiene una administración sin la intención de minimizar y desvalorizar la empresa, y encontrar en ello un argumento para poderla negociar y entregar a terceros mediante maniobras oscuras que supimos develar y evitar en su momento. Solo que ahora sí hay un excelente gerente que está concentrado en una misión honesta y orientada a reubicar a la ILC como la empresa más importante de la región.
Y lo está logrando, así los delegados de Mario Castaño en la Asamblea no quieran reconocerlo. Reportar unas utilidades de 40.326 millones de pesos por el año 2017, después de haber hecho millonarias inversiones en su modernización, es no solo un resultado halagüeño, tranquilizador y generador de confianza, sino además una demostración de que las cosas se pueden hacer bien y de que el arte de administrar solo se conoce cuando se afrontan dificultades. Porque a esta administración le tocó luchar contra una concentración de problemas derivados de disposiciones legales, que muy seguramente hubieran hecho dimitir a gerentes con mucho renombre pero con pocas virtudes. El nuevo Código de Policía, la apertura de fronteras, nuevas disposiciones tributarias, la terminación del monopolio de licores, etc., son factores que atentan contra la estabilidad de una empresa que vive rodeada de amenazas y que requiere de seso, voluntad, conocimiento, emprendimiento y carácter para afrontarlas.
Coincido con el editorial de ayer del diario LA PATRIA en que “Bien valdría la pena pensar en un pacto de gobernabilidad, que vaya mucho más allá de las prácticas de buen Gobierno. Que dé un paso más en que se garantice el respeto por las decisiones de los directivos, que sean tomadas de manera técnica. Se requiere para eso un pacto de voluntades y un consenso de todos los caldenses para que la empresa sea protegida.” ¡Sí! Que sea protegida, primero, de las garras de ese nuevo grupo político que quiere apoderarse de todo en Caldas, sin miramientos de la decencia ni de procederes oscuros. Segundo, de la alta rotación de gerentes que debilitan, resquebrajan y deterioran la empresa, debido a los constantes cambios de políticas administrativas y por la falta de sentido de pertenencia, que convierte a su administración en un “escampadero” de mediocres, muchos de los cuales llegan con la sola intencion de aprovechar su momento y terminan dilapidando los recursos de todos.
Felicitaciones, pues, a Luis Roberto Rivas por haber llevado a la Industria Licorera de Caldas al lugar donde hoy se ubica, y a la solidez que muestra en unos balances que la hacen fuerte, confiable y con un excelente futuro. Y al señor gobernador, Guido Echeverri, por respetar a quien sabe hacer las cosas bien y permitir que se desenvuelva con libertad dentro de los cánones del decoro, la excelencia administrativa y la honestidad en sus actuaciones.
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