Los ajustes para la implementación de los Acuerdos de Paz y el futuro posconflicto, han movido las estructuras y cimientos del Estado colombiano. Nunca pensaron los negociadores de La Habana que los días difíciles estaban por venir; la oposición encarnizada contra lo pactado por el Estado con los subversivos de la Farc, la improvisación tradicional para atender los compromisos adquiridos con los excombatientes, el hueco fiscal que toca la financiación de lo pactado en materia presupuestal, paros y marchas que evidencian el desajuste y la descomposición en la cual anda nuestro país. El justo reclamo de las comunidades de la Costa del Pacífico ante la indolencia de los gobiernos que por muchas décadas, han actuado como promeseros a solicitudes elementales, reclamadas en un territorio que subsiste entre el subdesarrollo y el terror; maestros con un cúmulo de peticiones, en un país convencido de la necesidad de elevar los niveles de conocimiento de su pueblo; las cárceles atiborradas de internos entre sindicados y condenados, con un 54,9% de hacinamiento, buscan a su vez a través de decretos, descongestionar estos centros de reclusión, sin medir las posteriores consecuencias. A esta caótica situación, se suma la huelga del Inpec, institución encargada de administrar y prestar vigilancia.
Tema recurrente por estos días, es la entrega de las armas pactada en el Proceso de Paz como garantía exigida a los excombatientes. Pero no se han estimado las consecuencias de la tenencia y el porte de armas para las personas de bien, quienes durante muchos años las tuvieron. Escribo esto porque la Presidencia de la República prohibió el porte y la tenencia de armas con salvoconducto, compradas en los almacenes de la Industria Militar y presuntamente en manos de ciudadanos de bien y utilizadas para la custodia y defensa de los intereses de la sociedad. No se entiende la pretensión buscada, cuando con esta medida se le está garantizando al delincuente o atracador, su accionar ante la indefensión de su víctima; los campesinos en su parcela, los finqueros en sus propiedades rurales, los transportadores con su carga, los comerciantes custodios de sus cajas y consignaciones, son siempre blanco seguro para quien pretenda timar su patrimonio.
Por la reintegración de los niños y menores del conflicto, volverán estos jóvenes a sus hogares. ¿El Estado ha contemplado una alternativa digna y segura para ellos? Después del desarraigo familiar de tantos años y con una corta vida impregnada de dolor y experiencias irrepetibles, anhelan un panorama diferente.
La tenencia de la tierra, los créditos agropecuarios, la extensión en el campo y un seguro mercadeo ¿están en la próxima carpeta de ofertas del Gobierno para los excombatientes de origen campesino? Son preguntas válidas para este ambiente de improvisaciones.
Todo este proceso viene erosionando la conciencia nacional. El resultado del plebiscito zanjó una profunda herida en el alma de los colombianos; existen odios viscerales y confrontaciones irreconciliables. Nuestra Patria está partida, sangrante y como buitres exploran el sentimiento de los pueblos para conseguir réditos electorales. La confrontación es una actitud propia en la solución de los inmensos problemas nacionales, cuando deberíamos unir esfuerzos para concertar arreglos a este desajuste en el cual, cada día hace más incierta la marcha de nuestra Nación.
El más peligroso de los escenarios se cierne sobre Colombia. El tema de la paz y el posconflicto lo utilizan los protagonistas de la contienda electoral presidencial, como tema de debate circunscribiendo al pueblo a decidir de nuevo sobre la paz, dejando de lado los múltiples temas y problemas del orden nacional. Se empieza a especular con coaliciones entre candidatos que no guardan ninguna identidad partidista, pero comparten posiciones sobre el tema de la guerra y la paz, avizorándose la conformación de unos engendros que muy poco le podrán servir a nuestra Patria.
Como estrategia de confrontación, la Historia nos enseña el peligro encarnado por el terrorismo extremo, como manifestación de la derecha o de la izquierda. Lástima que en Colombia empiecen a utilizarse actos despreciables de intimidación, espanto y miedo, para deslegitimar y enlodar la imagen de las partes.
Actuemos con vigor defendiendo el futuro de la Nación, pero desarmemos los espíritus para poder así convertir a Colombia, en el país donde sus ciudadanos convivan en armonía. Tantos años de lucha son suficientes. Digamos, basta ya! Es el legado esperado por las nuevas generaciones.
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