Este año que está por terminar se puede considerar como uno de los más complicados de nuestro diario vivir. En Colombia, como ya es nuestra desafortunada costumbre, el punto central está relacionado con la sangrienta violencia con que nos vemos azotados por manadas de lobos furiosos formadas por los criminales, que a pesar de la reacción general, son las horas, que después de más de cincuenta años, todavía siguen sembrando el terror en ciudades y sobre todo en los campos, asesinando a los inocentes campesinos que ya no encuentran ningún medio de defensa, como si fuera poco la vida miserable que tienen que soportar ante el abandono de los gobiernos que los miran con menosprecio, sin brindarles la más mínima ayuda a pesar de la cruel supervivencia con que tienen que mantener a sus pobres hijos.
Pero además de este flagelo, tienen la maldición de los bandoleros, que ahora haciéndonos creer que están dando muestras de arrepentimiento, se reúnen en conciliábulos politiqueros, prometiendo dejar de delinquir y poniéndose las manos sobre el corazón juran abandonar los cultivos malditos y regresar a sus parcelas a sembrar la paz. Pero más se demoran en regresar que en comenzar a recibir los dineros mal habidos que les entregan los mafiosos, y volver por los caminos de la deshonestidad y del crimen.
Todo este panorama es rechazable de por sí, sin embargo tal vez lo peor es ser testigos de la podredumbre con que hieden los ladrones de cuello blanco, que escudados en los más altos puestos con que los premia la patria por creer en su rectitud incólume, los encomienda como si fueran los más honestos, nada menos que para guardar la rectitud de la justicia. Y allí es donde comienza a destaparse la alcantarilla de actitudes asquientas. Pensar que la majestad de la Justicia está en manos de los peores individuos del hampa criolla produce una sensación difícil de explicar, porque de inmediato la comparación entre unos y otros nos hace ver con mayor repulsa lo mal que estamos.
Pero todavía algunos políticos, bastantes diría yo, que con las proximidades de la Navidad y de los períodos electorales van a hacer pasar un amargo nacimiento al Niño Dios. Nos quedan unos días para analizar si esto se arregla en algo o si por el contrario se acaba de embolatar.
¡Estamos en tus manos, Niño Dios!
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