El día de la posesión de Iván Duque como presidente de Colombia escuché los discursos, tanto el suyo como del presidente del Congreso, el benemérito Ernesto Macías, con un agradable grupo de amigos con los cuales formamos una tertulia muy amena, máximo teniendo en cuenta que tenemos opiniones políticas bastante divididas, sin que se presentara algún tipo de polarización, pudiendo todos, tal como debe ser, expresarnos con libertad democrática, lo que tanta falta nos está haciendo. ¡Qué diferencias las que nos tocó aguantarnos!
Desafortunadamente antes del buen discurso de Duque, y siguiendo el protocolo, el senador Macías se montó en la palabra y nos inundó con una andanada de improperios y de ataques contra Santos, pero se le salió el tiro por la culata, pues en lugar de levantar el ánimo de los asistentes, tanto de los locales como de los presidentes de los países amigos que nos visitaban, causó una sorpresa de tan mal gusto, que hasta los que nos orgullecemos de acompañar a Duque y a Uribe, no pudimos disimular el malestar que nos ocasionó el pésimo discurso que dejó un trago amargo, contrario a lo que queríamos quienes seguimos anhelando el día que podamos decir que Colombia ha recuperado la tan anhelada paz.
Sr, Macías, ni usted sabe quién soy yo ni a mí me interesa mucho saber de usted, pero no podemos admitir que, a pesar de que Santos deja el poder con una alta opinión negativa, se desaproveche una ocasión única y feliz, que se presenta cada cuatro años, para recibir con esperanza a un nuevo gobierno, y combatir al unísono a los corruptos que junto con los malhechores siguen atormentando una patria que se merece un futuro mejor. ¡Déjeme decirle que su discurso fue lamentable!
Nunca me gustó Santos y así lo dejé claramente establecido en esta columna desde hace ocho años, pues no resistí que desde su primera posesión en la Plaza de Bolívar hubiera nombrado en su gobierno a personajes sin lealtad, aparte de su mitomanía enfermiza. Sin embargo, no era el momento para denigrar del exmandatario y mucho menos de tratar a Colombia como un país ceniciento delante de los mandatarios que nos honraban con su presencia.
¡Qué mal gusto y qué falta de sindéresis de todo un presidente del Congreso!
Puede que haya algunos amigos que consideraron aceptable lo sucedido ese día, pero repudiamos que sigan presentándose actos de tan mala educación que solo producen reacciones violentas que no nos van a dejar salir de la oscura noche que queremos dejar atrás. Seguimos montados en el paracaídas de la esperanza, pero sabemos que tenemos un buen piloto y la mar tiene signos de calma.
Buena suerte presidente Duque, y mucho coraje porque la pelea es muy dura y su responsabilidad infinita.
P.D.: Los hombres tenemos muchos más problemas que las mujeres. En primer lugar, a ellas no les toca aguantarse a las mujeres.
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