El libro del Génesis, capítulo I, versículo 11, cuenta que Dios al crear el Universo dijo: “Haga brotar la tierra hierba verde, hierba con semilla… y así fue. Y produjo la tierra hierba verde, hierba con semilla y vio Dios ser bueno”. Y he aquí como el origen divino de la marihuana se dio en el día tercero de la creación. De niño recuerdo cuando mi mamá guardaba los misales de papel de seda en el nochero; pero extrañamente le arrancaban algunas de sus páginas. No había un interés espiritual en el autor de semejante rapiña, pues después descubrimos que unos parientes cuando nos visitaban las usaban como “cueros” y así, las oraciones del sagrado libro, terminaban contribuyendo con el viaje.
Recientemente observaba con perplejidad cómo la Superintendencia de Industria y Comercio, negaba el registro de la marca “Colcannabis” a una empresa, por la existencia previa de otro signo distintivo con el nombre “Cannabiscol”, hecho que sin duda generaba confusión en el mercado. Pero mientras en la Superintendencia se habla de marihuana como hablando de hierbabuena, en la Casa de Nariño y en la Policía Nacional, se la trata como la fuente de todos los males, lo cual demuestra que en Colombia el problema no son los “mariguaneros” sino la traba en la que andan muchos funcionarios del gobierno.
Desde la expedición del Acto Legislativo No. 02 de 2009, de la Ley 1787 de 2016 y el Decreto reglamentario 613 del mismo año, se establecieron los mecanismos para la importación, exportación, cultivo, producción y adquisición a cualquier título de la maracachafa, bareta, coso, porro o “dama de ardiente cabellera” como la llamó Porfirio Barba Jacob. Estas normas permiten entre otros, el “autocultivo” o sea tener hasta 20 plantas de cannabis para uso personal, y define además los requisitos, que no son nada del otro mundo, para cultivarla o producirla.
El gran problema es que a pesar de la abundante bibliografía, de las investigaciones y hasta de los posgrados como la maestría en Culturas y Droga de la Universidad de Caldas, única en Colombia por demás, que establecen criterios racionales para el estudio de la hierba, la clase política se hace la desentendida, la que no sabe o no quiere saber, confinando a Colombia no solo a su pobreza social y económica sino intelectual, que es lo peor. Y mientras tanto los canadienses que sí no son bobos, aprueban sin tanto desgaste el uso recreativo y controlado del cannabis, que les permite a su vez, obtener importantes ingresos económicos.
En Colombia se olvida que el licor trasegó por los caminos de la prohibición y hoy es una actividad o un vicio permitido y controlado por el Estado, que se ha constituido, al lado de los juegos de suerte y azar en una de las principales fuentes de recursos fiscales para los departamentos. Y eso que el licor sí es una causa real de desgracias sociales y familiares; por eso considero que un consumidor de licor, que se traba con bebidas embriagantes, que desea tener esa sensación de “prenda” o “borrachera” no tiene la autoridad moral para decirle a una persona que no consuma marihuana.
Razón tiene Alejandro Gaviria, el exministro de Salud, quien en la reciente edición 157 de la revista Arcadia, nos presenta un panorama global sobre el fracaso en la política de prohibición, la cual por fortuna, viene siendo derrotada por la legalización. Y mientras un policía anda preocupado por cogerle a un pobre mariguanero una “maría” de dos mil pesos, Guacho, el Clan del Golfo y los elenos andan por ahí, totiados de la risa.
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