Tenemos ríos de petróleo. Pero no porque tengamos reservas inagotables del mismo que sigan siendo explotadas, para devolvernos a la época de máxima producción de la Iguana. Los tenemos por cuenta de unos dementes, que fungiendo de revolucionarios han vuelto a sus inaceptables actos de depredación de la naturaleza, al volar los oleoductos contaminando nuestras tierras y ríos, y dañando la vida a la gente por la cual con falsía dicen luchar.
Esos ríos son yacimientos de agua para poblaciones enteras, que los necesitan como elemento vital. Ellos, los “elenos”, en nombre de una falsa revolución, no tienen problema alguno en contaminar afluentes, acabar con la tierra, volver mierda los campos, corromper las aguas que son vitales para la vida humana y animal de las regiones en las que contaminan sin el menor problema, asolando regiones enteras, que pagan las consecuencias de las demenciales acciones ejecutadas en nombre de la falsa “liberación”.
Encapuchados armados hasta los dientes, tapados con banderas rojas, con las que muestran su apetito de sangre, franjas negras, que representan el oscurantismo y la falta de luz de unos delincuentes sin tripas, nos llevan de nuevo a las épocas más aciagas de la violencia rural y ahora urbana, en donde actúan a su antojo, con la complicidad de los que los apoyan, para que en nombre de una supuesta y falsa revolución, el país quede embadurnado del crudo que todo lo daña y que produce alteraciones irreparables en los ecosistemas que son caudales de vida.
Una revolución sustentada en la destrucción de lo que dicen con hipocresía y falsedad defender no pasa de ser una farsa, con muchos intereses económicos de los que derivan sus multimillonarias reservas, compran armas de última generación y dañan la geografía nacional, asesinan sin el menor indicio de resquemor o pena, secuestran sin que les valga nada, y trafican drogas con la complicidad de las fronteras que les sirven de escondite y salida.
Ese ejército no pasa de ser una banda muy poderosa de criminales, que enloquecidos tratan de demostrar, inútilmente por supuesto, que las reivindicaciones que dicen tener, son simples actos demenciales de grupos de combatientes ilegales que no están de parte de los colombianos, ni del bienestar general, sino que están para sembrar caos y miedo, con el poder del terror, siempre cobarde y mimetizado en falsas consignas revolucionarias.
Las cacareadas “Insurrección”, “Sí futuro”, “Colombia rebelde” y “Simacota”, entre otras muchas, no pasan de ser propaganda pseudorrevolucionaria, con la que vuelven añicos al país, dejan estelas de violencia y destrucción por donde pasan y asesinan a civiles y militares en una guerra fratricida que no tiene justificación alguna distinta a la de la locura. Porque no hay revolución que pueda sustentarse en los pilares frágiles y quebradizos de una organización al margen de la ley, que ejecuta actos que contradicen cualquier intento de explicar una revolución que beneficie a la gente.
Es hora de que la sociedad se levante, haga resistencia civil, se oponga a sus demenciales actos contando con la acción de las fuerzas militares, que debían ser enviadas en bloques inmensos de soldados que los saquen de los territorios que tienen asolados y los pongan en plan de fuga. Se necesita una operación militar gigante, con miles de combatientes del Ejército, que los acorrale, los capture o les den de baja, en esa guerra insensata que quieren mantener, sin que tengan el menor asomo de estar dispuestos a dejar las armas y la violencia como forma de su falsa lucha, que solo esconde dominio territorial y poder para el mercado de narcóticos.
Las revoluciones de verdad se hacen pacíficamente, confrontando ideas y pensamientos opuestos desde la legalidad, para poner de acuerdo las partes sin hacerle daño a los civiles, a los militares, los policías ni a los ecosistemas. La hicieron así Mandela en Sudáfrica, Gandhi en India. Consiguieron con resistencia civil, acorralar a los poderosos de turno y sentarlos a dialogar en beneficio de toda una nación.
A estos delincuentes, anclados en el medioevo político, viejos todos con soldados jóvenes, les importa poco la suerte de Colombia. El caos es una especie de nutriente adictivo del que dependen, cometiendo infamias, y siendo terroristas cobardes, solo porque tienen armas y el poder de destruir y matar.
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