Hace 2 días, en los 199 años de independencia de esta nación, convertida en republiqueta por los que la han manejado, se posesionó como presidente Iván Duque Márquez, “abogado, escritor, político, electo por el Partido Centro Democrático”. Es el 60º elegido para el cargo, a quien acompañará la política Marta Lucía Ramírez, que dice ser Conservadora, pero siempre ha presentado candidaturas por otros partidos, sin que se le mueva un pelo. Él lo hace con 42 años y ella con 64, los dos recién cumplidos, demostrando el joven, cómo la dama mayor, es la encarnación de la prometida y cacareada “renovación” política.
El cielo preanunciando lluvia para llorar por el discurso lleno de odio y reclamos del presidentico del Congreso, Ernesto Macías que, equivocado, creyó estar en la bancada del CD, gritando contra la honra de Colombia, ante los oídos atónitos de quienes escuchamos, como un beneficiario del arrastre político, viniera con su ignorancia a escupir su odio y resentimiento con el gobierno Santos, a quien insultó de todas la maneras, sin importarle que estaba siendo escuchado en todo el mundo. Un congreso no puede seguir teniendo casi analfabetas en su recinto que hagan de una posesión presidencial, un acto de vulgaridad y vandalismo mediático.
Después de esa diatriba venenosa de Macías, criticada en todos los medios y convertida en tendencia deshonrosa para nuestra democracia, no le podía faltar la genuflexión de los “esclavos” morales, rendidos sin pudor al senador Uribe, a quien llamó sin vergüenza “nuestro presidente”, olvidando que es un simple congresista que renunció en defensa de su honor, pero retiró la renuncia para que su honor tenga defensa.
Ese acto de envilecimiento político fue aplaudido con frenesí por Carlos Felipe Mejía, que perdió la compostura y actuó como un espectador de un circo, embobado por el payaso que hablaba y el personaje al que se honraba sin mérito.
Varios de los invitados se retiraron; no pocos mostraron atónitos cara de vergüenza, notoria en gente que es en su mayoría desvergonzada. Tan vulgar el acto de Macías, que hasta los inescrupulosos sintieron pena. Pasado el espectáculo de variedades, que usan para exhibirse, siguió el discurso del electo Presidente.
Un discurso de 54 minutos, bien estructurado, bien expresado, fiel a sus postulados políticos, conciliador si se quiere, llamando a la solidaridad para continuar trasegando por el rumbo que él quiere y dice va a darle a nuestro país. Nada violento, nada nuevo, todo repetido, excepto la promesa de radicar unos proyectos de ley para condenar a cadena perpetua a violadores y proxenetas; castigar con rigor a quienes hayan cometido actos delictivos como funcionarios públicos; no tolerancia con los violentos y enfrentar a narcotraficantes y bandas criminales sin tregua.
Su discurso decente, no borró la estulticia del que lo antecedió, pero aminoró el impacto mediático grotesco y vulgar que había dado ese pelafustán que hoy es presidente en el Senado.
Muchas promesas y ofrecimientos; muchas ofertas y deseos: disminución de impuestos, auxilios a la clase trabajadora y la clase media, ayudas a los más necesitados; enfrentamiento radical con el perverso sistema de EPS en salud; fortalecimiento de la red pública en educación; prevención, desarrollo y creación de oportunidades para artistas, creadores, inventores e investigadores, que por ahora son palabras que se lleva el viento. Pero bueno es reconocerlo, estuvo decente, reconciliador y fue coherente, eso no podemos negarlo.
Esperemos que no sea todo palabrería para atrapar incautos. Que respete la institucionalidad, elimine todo el poder político sobre el judicial, para que con el legislativo sean de verdad independientes, sin que se deban favores que se pagan con impunidad. Usted dijo que iban a cambiar, Iván. El bicentenario nos dará tiempo suficiente para saber si decía la verdad o no.
Hágalo bien. Si así lo hace, la historia se lo reconocerá. Si no cumple, ella se encargará de cobrarle con intereses de usura, las falsas promesas que hizo.
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