“Si votar sirviera para cambiar algo, ya estaría prohibido”. Eduardo Galeano.
Votar es elegir a quienes manejarán los destinos de una comarca, una región o un país. Ese derecho, a la vez un deber ciudadano, no obligatorio entre nosotros, se convirtió en una fiesta mal organizada, peor ejecutada y mal disimulada, cuando aparecen por todas partes las trampas que se hacen para hacerse a los votos.
Compra de votos sin pudor y sin castigo; amenazas de “exhaustivas investigaciones” que terminan en nada, haciendo que la impunidad sea aliada de los que manejan el poder; esos que a su vez manejan a los votantes, como si les pertenecieran sus votos, prometiéndoles de todo en el día de elecciones, que debíamos establecer como el “día de la resurrección de los vivos”.
Después de la jornada electoral, los “simpáticos” candidatos se olvidan de todo, no recuerdan haber prometido algo. Incumplen sin pudor todas sus propuestas, se hacen los de la vista gorda con los reclamos de la gente que volvió a caer en sus trampas, ilusionados con ingenuidad y pendejada, que esta vez sí les cumplirían. Pero un político que cumpla sus promesas, no cabe en el andamiaje de esta república tercermundista, en la cual los gamonales imponen condiciones y leyes, para salir favorecidos con el supuesto apoyo de la voluntad popular.
La farsa se completa cuando se dan los nombres de los “ganadores”, de esa competencia sucia en que convirtieron el arte de la política, su verdadero sentido, que no otro, que el de servir a los pueblos. No, aquí es el arte de servirse a sí mismos, a sus amigos cercanos, para disfrutar del poder, con esa gula insaciable que los caracteriza, tan manilargos, inescrupulosos y deshonestos; eso porque lo hacen como si fuera una gran virtud, pertenecer a esas castas politiqueras en las que se cocinan todas las desgracias e inequidades que padecemos.
Lo sabemos hace muchos años. Nada ha cambiado desde entonces. Son los mismos con las mismas, para demostrar que la policlase en Colombia, como en todo país subdesarrollado, tiene la sartén por el mango y el mango también. Eso ha sido lo que ha pasado hasta ahora.
Para lograrlo se sirven de capitales de empresas interesadas en lucro, no en el bien común, que entre nosotros es el menos común de los bienes. Grupos de industriales, terratenientes, usurpadores de tierras, que manejan regiones como feudos, en los que no se hace nada sin la voluntad de los que allí mandan, para demostrarnos que el poder en manos de los inescrupulosos de siempre, es un arma potente con la que se puede someter un país entero, a los designios de insensatos, porque cumplir con los derechos de las mayorías, les produciría un verdadero derrumbe, en el cual no se podrían apropiar de los recursos públicos con total impunidad, sin controles de verdad, sin sanciones ejemplarizantes, sin muerte política y prohibición para el ejercicio de la misma. Sin olvidar que es con la ausencia de ciudadanos con determinación, dispuestos a arrinconarlos, ponerlos contra la pared, para exigirles que muestren sus obras y cómo se gastaron el presupuesto.
No, en Colombia todavía reeditamos el medioevo político, para beneficio de los poderosos, sometiendo a los débiles a fuerza de sumisión y de miedo. A esa debacle que forjan los encargados del poder, se suman los insurgentes de todas las corrientes, para sembrar terror, despojar tierras, desplazar campesinos, matar ciudadanos, contaminarnos con actos insensatos, que dañan la tierra, los ríos, las reservas, en nombre de una supuesta revolución, que extrañamente solo le produce daños a los menos favorecidos, esos por los que con mentira cínica, dicen luchar.
Pero algún día tenemos que despertar de esta pesadilla que es la política en Colombia, enfrentarlos sin vacilaciones, para recuperar nuestros derechos, nuestro futuro, el de nuestros hijos. Tenemos que despertar de la tragedia de esos grupos terroristas que amilanan la sociedad, para con determinación acorralarlos. Cuando eso pase, políticos e insurgentes, las dos llagas purulentas de nuestra patria amada, pasarán al olvido y sabrán que no pueden continuar jugando con la dignidad y el derecho a la vida de los colombianos. Ese día, si llega, cumpliremos con el mandato Constitucional en el que decimos sin sonrojarnos, que somos una Estado Social de Derecho, manejado y destruido por muchos políticos torcidos y terroristas.
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