El 7 de agosto saldrá en la mañana “muy tieso y muy majo, corbata a la moda, sombrero encintado y chupa de moda”, Iván Duque Márquez, presidente electo de Colombia, para el período 2018-2022. Ese día se estrenará como gobernante quien hasta hace poco era un solemne desconocido. Una sombra política de los que eligió como congresista y por arrastre, el exsenador del Centro Democrático, que no presidente como algunos lo llaman, Álvaro Uribe Vélez.
Ese día comenzará un periodo que tiene dos alternativas notorias, que sea un presidente independiente y no manipulable, o convertirse en un figurín que representará a Uribe, actuando detrás de bambalinas. Parece más lo segundo que lo primero, pero tenemos la obligación moral y ética de esperar para definir cuál de los dos papeles escoge.
No importa que para ser candidato haya mentido sobre sus estudios, abrogándose 2 especializaciones que no tenía, ni que para ser elegido se hicieran trampas groseras en el Consejo Nacional Electoral, conocidas pero no investigadas por el fiscal Néstor Humberto Martínez.
La realidad es una sola, comienza el gobierno de Duque, esperado y admirado por algo más de 10 millones de colombianos, aunque cuestionado con no pocos motivos por otros no despreciables 9 millones de compatriotas, que ni lo admiran, ni le creen.
Tenemos que darle el compás de espera para ver cuál será el rumbo que tome, y someterlo al escrutinio público, único juez que suele ser imparcial, cuando no está conducido por el fanatismo o la propaganda política, que suele distorsionar la realidad. Los ya anunciados talleres, versión 2018 de los consejos comunales de su patrocinador, versión “greco-quimbaya” del “Aló Presidente” de Chávez en Venezuela, con los que se gastan miles de millones del erario, en una actividad que es aparentemente transparente, con la sofisticada manera de una actividad realizada para estar en contacto con los problemas del pueblo en las regiones, pero que no pasa de ser propaganda política pagada por el contribuyente, para anunciar que amarrarán votos para las elecciones que le sigan, un muy efectivo modo caudillista de eternizarse en el poder, que es el veneno aciago del alma, de la mayoría de los que tienen los encargos de gobernar, para dejar insatisfecha su gula insaciable.
El equipo ministerial que ha nombrado es de muy alto nivel académico, tan alto, como baja es su preocupación por lo social. La renovación prometida es una mala representación del reencauche de viejas prácticas, que ya han sido probadas en varios casos, con herencias de gobiernos anteriores, que tienen muy poca preocupación por el ciudadano del común, que es el que termina pagando la reforma social al revés, con exenciones para los empresarios y gamonales, e imposición de cargas tributarias a los asalariados, esa clase media todos los días más exprimida y pauperizada.
La paz que es difícil de construir en un pueblo con historia de violencia ancestral, queda en manos de un gobernante, que cumpliendo las órdenes de la bancada política que lo eligió, le pondrá todas las trabas posibles, con un discurso muy bien elaborado, fácil de digerir, pero inaceptable que nos pone en riesgo de volver a las épocas más crueles de la violencia. Esperemos que Iván Duque entienda que es mejor una paz imperfecta, que la más perfecta y elaborada de las guerras.
No habrá cambios para los industriales, grandes terratenientes y “cacaos”, que serán estimulados con rebajas de impuestos, con el ardid, mentiroso por cierto, de crear más empleos, cuando la verdad, esas exenciones y privilegios solo hacen que crezcan sus fortunas, sin que se refleje de verdad en creación de fuentes de trabajo.
Pero en fin, ese fue el que Uribe dijo, el que resultó elegido; ese es el que nos va a gobernar. Estaremos atentos, dándole el beneficio de la duda, esperando que realice un trabajo menos malo de lo que se puede esperar en persona que, viniendo de donde viene, no tiene entre sus prioridades la redistribución de riqueza, pero tiene amplia experiencia en la concentración de la misma.
Estaremos vigilantes. Esperemos estar equivocados los que no creemos en él, ni en su grupo político.
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