Terminó por fin la campaña política más sucia que ha tenido Colombia en mucho tiempo. Insultos injustificados, acusaciones falsas, mentiras bien elaboradas, argumentos de poca monta, ideas escasas, intereses creados. Se salva con honores de esa bacanal de oprobios el doctor Humberto de la Calle Lombana, un hombre decente, culto, ponderado. No importa que no haya ganado, haberle dado un tinte de decencia a esa campaña, justificó su participación con creces.
Los que mejor presentaron sus argumentos fueron sin duda alguna Fajardo, Petro y De la Calle. De los otros, ni hablar. La misma politiquería barata y endosable de siempre, atrapando incautos y sembrando miedo. Ahora estamos a escasos días de la segunda vuelta. Los candidatos son el que dijo Uribe y Gustavo Petro. La tarea para los dos es todavía dura.
Que no canten victoria antes de vencer. La historia está llena de ejemplos de derrotados que eran invencibles. Unos que como Goliat, cayeron cuando intentaron aplastar a otros como David. Goliat representa una minoría, David hay por montones en este país, que todavía no se decide a salir del atraso cultural y de la “esclavitud” política.
La mejor arma es la del miedo. Infundirlo en los electores para hacerles creer que si toman decisiones distintas a votar por la continuidad de un gobierno que comenzó en el 2002 y ha querido imponer a la brava sus elegidos para mantenerse con artimañas, es un remedo de democracia. Una democracia que siempre ha sido manoseada y usurpada por los que ostentaron y ostentan el poder. Porque la política en Colombia es un negocio fabuloso, indecente pero multimillonario, con el que muchos se hacen de manera poco honesta a los dineros del Estado, que no son otros que los dineros de los contribuyentes.
Comenzaron a salir por montones, como si se tratara de un panal de abejas, las copias de las actas de mesas de escrutinios vulgarmente alteradas, sin que hasta este momento, autoridad alguna diga que ese caso es suyo, que lo va a investigar, para mostrar el fraude en la verdadera dimensión que tuvo.
Es que sumando los resultados de cada mesa de votación, 96.657 según Portafolio, 97.066 según la Registraduría, sin contar con las que se repartieron en otros países, con lo que sobrepasaríamos fácilmente las 100 mil mesas de votación, el fraude puede haber sido de dimensiones inimaginables: millones de votos. No se entiende cómo, teniendo copia de actas evidentemente fraudulentas, cambiadas o arregladas de manera burda, autoridad alguna se haya pronunciado. Una calamidad electoral para un país que se dice democrático, teniendo en cuenta que se inflaron los votos de un candidato de manera aberrante, quitándole a otros candidatos sufragantes que habían votado por ellos.
Por eso, se hace necesario que en cada mesa de votación instalada allende el mar y aquende las fronteras, tengamos la garantía real de participación certificada de un militante de cada uno de los partidos políticos que disputaron la primera vuelta, como garantes de que la trampa no será la que siga eligiendo Presidentes y políticos en Colombia. No podemos permitir que esto pase, sin que nos opongamos y lo evitemos, para no seguir con una costumbre, que es ya vieja en nuestro medio.
Recordemos cuando disputaban las elecciones el 19 de abril de 1970, Rojas, Sourdis, Belisario y Pastrana. Ese día se interrumpieron las transmisiones de los escrutinios, por un periodo de tiempo que convirtió en presidente a alguien, que sin ese golpe, probablemente no lo hubiera sido. Ese episodio famoso lo resumía mi padre con una frase: “Yo ya de política no sé nada: voté por Sourdis, ganó Rojas, subió Pastrana, y terminaron haciendo las carajadas de Belisario”.
Colombia no puede permitir que se sigan entronizando personajes mesiánicos, esos que tanto daño le han hecho al país. Necesitamos una clase política digna, decente, honesta, con vergüenza y liderazgo; capaz de manejar este país por derecho adquirido de la voluntad popular, no por la capacidad para hacer trampas, fraudes, engañifas y timos al pueblo colombiano.
En definitiva un presidente debe ser como el Príncipe, de Nicolás Maquiavelo: “El Príncipe debe hacer uso del hombre y de la bestia: astuto como un zorro para evadir las trampas y fuerte como un león para espantar a los lobos”.
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