Fanny Bernal * fannybernalorozco@hotmail.com
Dice el Dalai Lama, en el prefacio del libro Emociones destructivas, de Daniel Goleman, que: “La mayor parte del sufrimiento humano se deriva de las emociones destructivas como el odio, que alienta la violencia; o el deseo, que promueve la adicción”.
Esta frase invita a pensar en la inmensa carga emocional que tienen algunas personas en este país, la cual es trasmitida a los demás, saturada de mezquindad, envidia y rencor. Pareciera que no tuviesen conocimiento de otro tipo de léxico, puesto que su lenguaje es como un virus que infecta, contagia y apesta.
Quienes en su vida diaria solo conocen palabras vulgares, descalificadoras y ramplonas -usadas para vociferar, anular, humillar, hacer burlas e inclusive inventar situaciones que no han tenido lugar-, viven en un estado de ofuscación constante; rumian y rumian los mismos sucesos con desesperación y desasosiego.
Pero lo peor llega, cuando no consiguen los objetivos que persiguen. Ahí es cuando pierden el control y esto los lleva hacer berrinches, escándalos y a trastocar la realidad, con el fin de captar la atención de su entorno.
Las emociones destructivas son perturbadoras y hacen daño, tanto a la persona que las siente como a quienes va dirigida la ira, el enojo o el odio. Los que se mantienen sintonizados con la rabia son personas incapaces de autorregular sus emociones, es más, les gusta dejar salir lo que sienten y lo disfrutan. Quizás creen que cuando vociferan y tiemblan mostrando su reacción y rechazo ante lo que les causa aversión, los que los escuchan y observan los van a ver con coraje y admiración.
Lo que ellos ignoran es que el odio, en muchas ocasiones, es el resultado de la frustración y la baja autoestima. Que quién lo alimenta en su ser interior, es infeliz y se condena a vivir en una prisión, de la cual él mismo es el principal carcelero.
Las personas reactivas son incapaces de sentir empatía, carecen de buen humor, no soportan los triunfos de los otros y tienen un ego inflado, lo que no les deja reflexionar sobre sus pensamientos, sus palabras, sus actos y sentimientos o preguntarse qué tanto daño hacen con su actitud y con su rabioso discurso.
Hay personas que quieren y necesitan ejercer su poder ante los demás y tener control del mundo que les rodea, pobre propósito ese de manipular y conquistar el mundo de afuera, cuando no ha podido conquistar su paz emocional y su salud emocional.
Hay una pregunta que surge ante personas con estas características: ¿Cómo viven en su interior?. Ellos son seres vulnerables, temerosos, sienten pánico de que se conozcan sus debilidades e invierten tiempo y energía en ocultar sus verdaderos sentimientos, porque es más fácil y ventajoso trasmitir ira que miedo, ya que estas son emociones ante las cuales se hace un reconocimiento social diferente.
La ira es de machos, de valientes; mientras que el miedo es de cobardes, afirmación que muestra un escenario que perturba y confronta anímicamente.
No debemos dejarnos desbordar por las emociones. La autorregulación emocional se aprende mediante la observación, la meditación y el silencio. Estas tareas hacen parte de la inteligencia emocional. Quien vive su vida alentando las emociones destructivas, alienta también su infelicidad.
* Psicóloga - Docente Universidad de Manizales.
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