Por temas labores, y de gusto personal, viajo bastante. Me gusta incomodarme en los aeropuertos; no hay mejor manera de someter a duras pruebas de resistencia las creencias, la personalidad, los valores y la educación que salir del país. Ojalá lejos, así uno deja de mirarse el ombligo y de creer que todo acá, en nuestro país, es lo peor. O lo mejor.
Traigo esto a colación porque desde hace rato he venido cavilando sobre un hecho, y es que en Colombia hay dos -o más- países que conviven coetáneamente. Y me resulta paradójico, y muy doloroso que ambos países se hubiesen acostumbrado a vivir como vecinos, pero de manera indolente e indiferente.
El país que más veo es el de la riqueza, inmensa, que se traduce de una Colombia absolutamente desarrollada, pujante, y pudiente; cómoda, llana de fastuosidad. Vean Ustedes los cines, por poner un ejemplo: Boletas de casi 50 mil pesos, y cuando llamé a comprar un par para ver una película, la señorita que me atendió me dijo, como si estuviéramos en Manhattan, que ya estaban todas las funciones vendidas por una semana. ¡Una semana! Con una familia de 4 miembros, una ida a cine es casi el 25% un cuarto del salario mínimo. Sobre decir que las gaseosas, y la comida después del cine hacen que ese plan sea muy costoso. Ojo, no critico esto, simplemente lo señalo como un hecho, que en modo alguno reprocho.
Ni qué decir los restaurantes, donde hay platos a precios parisinos. En fin, los carros importados, las tiendas de ropa, me hacen pensar que estamos en Londres o Roma. Algunos apartamentos ya se están vendiendo a precios que aterran.
Y esa, la Colombia rica y pujante, convive con una miserable, que también veo. Y padezco, y me duele y me enfurece. Me enfurece porque, quizá injustamente, creo que es una decisión la de vivir en esa miseria, en ese atraso. Desde luego que hay factores externos que impiden salir de ese hoyo, pero creo que a veces nos gusta la tibieza del hoyo, y no queremos salir.
La Colombia donde un proceso judicial tarda más en resolverse que en algunos país del África. Donde los niños se mueren de desnutrición, donde no hay agua potable.
Un país donde las discusiones son, y siguen siendo, y han sido, las mismas desde hace 50 o 100 años. Es una Colombia que no avanza, que decidió quedarse petrificada en el siglo 19, o 18, con pobreza, sin educación. Sin ganas de empujar y jalar el mismo tiempo.
Son dos países, que son el mismo. Y nosotros nos ponemos uno u otro traje, según sirva y nos convenga: Somos de la Colombia rica para pedir un buen vino, o asistir a un concierto cuyas boletas cuestan una tonelada de dinero; pero nos mudamos de piel, para atender a esa otra Colombia, jodida, miserable. Llena de polvo y sin vías.
Somos un país esquizofrénico, donde cada segundo, hay que escoger en qué realidad vivimos.
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