A unas semanas de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, el ambiente en las calles, cafés y mercados se anima cada vez más a medida que los fieles militantes salen a repartir propaganda de sus candidatos y a hablar con los paseantes en un ambiente bastante cordial y pacífico, para tratar de convencerlos de votar por los suyos.
Como pocas veces ha ocurrido en esta quinta República presidencialista fundada por el General de Gaulle, todavía hay mucha incertidumbre sobre quién pueda ser el ganador, ya que la mayoría de los candidatos llegó a serlo después de accidentados procesos primarios en los que las figuras tradicionales de los partidos quedaron sorpresivamente a la vera del camino, castigados por los votantes.
A tono con las sorpresas electorales en el mundo, hay en la población un gran deseo de cambio y la intención de dejar atrás el sistema bipartidista de los partidos de derecha e izquierda moderada que se reparten el poder desde hace medio siglo tanto a nivel nacional como en las regiones, pueblos y veredas. Por lo regular a estas alturas la situación se veía clara en las encuestas y había poca duda sobre quiénes serían los elegidos para la segunda vuelta, ya que sus partidos, convertidos en poderosas maquinarias ancladas en todo el territorio, garantizaban resultados firmes para sus líderes.
Ahora no fue así. El partido de derecha Los Republicanos, liderado en principio por el expresidente Nicolás Sarkozy, quien gobernó de 2007 a 2012 y fue derrotado por François Hollande, ha vivido en los últimos años, después de la pérdida del poder, una incesante guerrilla de líderes y tendencias en su seno que terminó por ser catastrófica para sus objetivos. Todos sus líderes se odian a muerte y se han mantenido con los cuchillos al aire para tratar de destruirse unos a otros.
En esa contienda han caído una tras otra las cabezas de sus líderes naturales. Primero Nicolás Sarkozy, quien soñaba con volver al poder, pero fue derrotado estrepitosamente en las primarias del año pasado, donde quedó sorpresivamente en tercer lugar, muy por debajo de sus rivales. Luego la otra gran alternativa más moderada del partido, la del exprimer ministro Alain Juppé, estadista sereno y experimentado que se suponía iba al fin a conquistar la presidencia, fue a su vez sorpresivamente defenestrada por el actual candidato, el también exprimer ministro François Fillon, quien aboga por una línea más dura y desacomplejada del derechismo capitalista.
Pero cuando todo indicaba que sería él quien pasaría a segunda vuelta y lograría derrotar a la favorita de ultraderecha Marine Le Pen, estalló un terrible escándalo que minó sus posibilidades y lo tiene ahora en una posición cada vez más difícil. Él, que se reivindicaba como el más honesto, rigorista y camandulero de todos los candidatos y fustigaba a quienes reciben subsidios y viven del Estado o abusan de la seguridad social, resultó procesado por la justicia en un caso de empleos ficticios en la Cámara de Diputados para su esposa y sus hijos por una suma cercana al millón de dólares.
Otra de las figuras que tuvo que tirar la toalla en el camino fue el propio presidente François Hollande, líder natural del Partido Socialista, quien al darse cuenta de que no tenía el apoyo de una gran parte de los suyos y no lograba el apoyo popular necesario, decidió evitar una humillación y tomó la decisión de no lanzarse. Tras él también cayó el brillante y poderoso Primer ministro socialista Manuel Valls, quien fue derrotado en las primarias por el joven líder de la fracción más izquierdista del partido, Benoît Hamon, candidato utópico e inexperimentado que no logra subir en las encuestas.
Beneficiándose de la guerrilla fratricida de los dos partidos tradicionales, el brillantísimo asesor presidencial de Hollande y exministro de Economía Emmanuel Macron, de 39 años, no quiso participar en la primaria de los socialistas y se lanzó por la libre, convirtiéndose ahora en la nueva alternativa frente al auge de la extrema derecha. Unos tras otros, líderes y figuras centristas, de derecha moderada o del socialismo de Hollande, adhieren a su programa a un mes de los comicios. Macron no se considera ni de derecha ni de izquierda y es abiertamente proeuropeísta y reformista, por lo que si pasara a la segunda vuelta y ganara las elecciones garantizaría una transición moderada sin traumas para el país.
Pero nada está garantizado. El candidato radical Jean Luc Melenchon, apoyado por los comunistas y diversos movimientos de izquierda, es un candidato carismático y experimentado que puede sacar muchos votos y hacer cambiar los porcentajes de sus rivales. Es antieuropeo y nacionalista y cuenta con el apoyo de la vieja izquierda sindical y proletaria.
La favorita para ganar la primera vuelta, Marine Le Pen, aparece como una figura de gran apoyo popular, afín a su visión antieropea, nacionalista, xenófoba y antiinmigrantes, pero tal vez en la segunda vuelta no logre la mayoría, pues su proyecto causa miedo a muchos franceses y significaría una aventura muy riesgosa para el país, que entraría en una etapa de incertidumbres y cambios dramáticos en un contexto mundial agitado.
El 23 de abril se sabrá quiénes serán los dos elegidos para disputar la presidencia y el 7 de mayo, en la segunda vuelta, quién entrará al famoso Palacio del Elíseo, el centro del poder donde reinaron De Gaulle Mitterrand y Chirac. Por ahora las encuestas predicen que los gananciosos serían Marine Le Pen y Emmanuel Macron, ambos jóvenes candidatos por fuera de los partidos tradicionales.
Pero en un contexto mundial de sorpresas y cambios de la opinión, nada es seguro para nadie. Lo cierto es que sea cual fuere el resultado esta elección presidencial significará un cambio importante en la tradición bipartidista y la nueva mayoría parlamentaria surgirá de coaliciones inéditas donde las figuras y los líderes cambiarán de partido o movimientos como de camisas. Las dos fuerzas en pugna serían, de manera esquemática, a un lado los europeístas, reformistas, liberales y socialdemócratas que abogan por el libre comercio y la apertura de fronteras y al otro los extremistas antieuropeos, proteccionistas, nacionalistas y xenófobos, que alimentados por el populismo, quieren cerrar las fronteras y acusan a extranjeros e inmigrantes de todos los males.
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