Uno de los puntos que más llaman la atención en la obra narrativa y poética de Álvaro Mutis (1923-2013) es la presencia de la mujer como pilar fundamental en las aventuras del Maqroll el Gaviero, aventurero desesperanzado que cumple con lucidez el camino de la vida, dejando que los acontecimientos fluyan a sabiendas de que el individuo no puede hacer nada para desviar el viaje hacia la decandencia, la enfermedad y la muerte ineluctables.
Aunque en su periplo el viajero encuentra complicidades con muchas personas de su mismo sexo que cruza en el camino por puertos, bares, hoteles, ciudades, ríos, cárceles, montañas o mares, son varias mujeres vitales, libres y desesperanzadas, la mayoría de ellas de pueblo o de campo, las que tejen con él de manera más profunda y sólida relaciones de igualdad, complicidad y sabiduría frente a las fuerzas desatadas del destino.
Como deidades milenarias de tragedia griega, estas figuras femeninas, bien atadas a la tierra y a la realidad y para nada pusilánimes o con vocación de víctimas, se cruzan con El Gaviero porque a su vez son inasibles y ninguna fuerza podría atarlas a lugares o cuerpos encontrados. Cuando se encuentran en el camino saben que desde el comienzo de su relación se desteje el ovillo que llevará al fin y al olvido. No hay más ilusión que el deseo y la consumación del acto carnal, esa comunicación que solo se da entre solitarios.
Sin embargo, el Gaviero siempre llevará a esas mujeres adentro y serán sus guías en momentos de desperación y peligro, y elementos fundamentales para afrontar la soledad profunda de su recorrido por el mundo. Lámparas para abrirse camino en la oscuridad, brújulas para hallar los puntos cardinales cuando la vorágine ha transtornado todo.
Flor Estévez es una de las principales. Dueña de una tienda en las montañas colombianas del alto de la Línea, esta mujer valerosa y práctica es un pilar de confianza donde el forajido encuentra apoyo para iniciar nuevas aventuras o reposa un poco antes de seguir la batalla. Gracias a ella emprende los negocios por el río Xurandó, que como todos, estarán condenados al fracaso.
En su regazo encontrará la paz efímera antes de seguir la condena de la vida o el oficio de la errancia eterna. Estévez pertenece a la estirpe de las coperas de cafetines en los pueblos del Eje cafetero colombiano donde Mutis pasó parte de la infancia y la adolescencia, mujer solitaria, secreta y orgullosa, que no se queja ante las adversidades vividas y por vivir y maneja con altivez y pericia el bullicio agresivo de los borrachines.
Empera, la anciana ciega que maneja como Flor Estévez una posada en un pueblo de las montañas colombianas, es también otro portento de fuerza. Con solo escuchar la voz de El Gaviero y sentir su olor o su presencia sabe que es de los suyos y está dispuesta a ayudarlo a cambio de nada.
En esas cordilleras infectadas por ejércitos de guerrilleros, bandidos, militares y maleantes de toda laya, Empera comprende de inmediato a ese hombre y sin que se lo pida le advertirá de los peligros y le dará consejos como una estratega para conjurar los peligros o la muerte. Ella le hace además el contacto con la joven Amparo María, tal vez la que más logró estremecer de deseo y pasión a un Gaviero ya crepuscular, atónito al sentir el amor, esa sensación irrefrenable de mariposas desbocadas en el esófago del viajero.
Cuando Maqroll llega sin un peso a Panamá, más perdido que nunca, encuentra a la cosmopolita Ilona, la vieja amiga y examante que es la cómplice perfecta para emprender un nuevo negocio y salir del paso. Con ella monta un burdel para empleados y agentes viajeros donde las mujeres se hacen pasar por azafatas para encender las fantasías de sus mediocres clientes.
Allí llegará también una mujer aventurera que enamorará a Ilona y cuya presencia telúrica, alter ego de la parca, destruye el negocio y la vida misma de la vieja examante de El Gaviero. Ilona y las hermanas Vacaresco, conforman el trío de las cosmopolitas, mujeres de mundo distintas a las telúricas Estévez, Amparo María, Empera o Antonia
A lo largo de su narrativa, Maqroll vive a fondo el deseo y practica sin cesar el coito, que describe con pertinente exactitud como en el caso de Amparo María, la relación con la indígena en una embarcación por las aguas del Xurandó o con Antonia, cerca de los socavones, en la cordillera. El deseo irriga todo el espacio narrativo y poético de Álvaro Mutis y ya está presente en Los elementos del desastre o en La mansión de Araucaíma.
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